Mi nombre no es importante: lo importante es olvidar

El resultado de la encuesta sobre música argentina de cualquier género editada entre 2000 y la actualidad (encuesta que hicimos junto a La Música es del Aire y Patologías Culturales entre 301 personas vinculadas a la creación, la crítica y la escucha musical) resultó una especie de canonización del disco Jessicoen ambientes especializados. La encuesta no fue encarada con rigor sociológico y por eso no es representativa de ningún sector social definido objetivamente: más bien predominan, por simple contigüidad, músicos y periodistas de entre 25 y 40 años, clase media, porteños y más cercanos al indie que al mainstream. De todos modos (o no de todos modos sino por eso mismo), algo dice o algo nos dijo. 

Estamos tratando de desentrañarlo y a mí se me ocurrió reflotar una nota que escribí hace más de 10 años en revista La otra, "La gran estafa del pop" que en su circulación en redes sociales provocó en las últimas horas algunas respuestas airadas. La nota tampoco es un Postcrimpum científico definitivo, sino solo eso: una nota periodística algo provocadora, motivada por cierta molestia que ya entonces me había producido la entrada al canon ¿¡qué canon?) de Babasónicos, con un halo de banda que cultivaba cierto riesgo artístico para mí inexistente. En las reacciones airadas de hoy más que en mi propia nota me huelo no una improbable determinación objetiva del "valor artístico" de Jessico sino una inquietud política inconfesada. Desde mi perspectiva, tan situada como cualquier otra, Babasónicos siempre fue un asunto no moral ni solo estético, sino más bien político. Y de eso queremos seguir hablando, de rock y política, si se nos permite la ocurrencia, en esta semana en la que Diego Lagomarsino llegó a la tapa de la Rolling Stone con una nota cuanto menos curiosa.

¿Lagomarsino y rock? ¿Dárgelos y política?

La seguimos hoy a la noche.