"En los barrios próximos a las villas miseria hay muchos votos por derecha. Son justamente las zonas que más progresaron. Las mejoras en las casas son evidentes, son barrios que se han beneficiado por la economía del país de los últimos diez años y es imposible encontrar un lugar para estacionar. Pero la villa está a ocho o diez cuadras y lo más importante no es el progreso personal, sino mantener esa distancia" dice Luis Bruschtein hoy en "La prosperidad de la clase media", un típico análisis de cierto kirchnerismo al que le cuesta asumir sus déficits de construcción política y prefiere atribuírselos a la falta de claridad ideológica del electorado.
Lo preocupante de este planteo es que se convierte en la trampa perfecta para que esta serie ininterrumpida de derrotas que el kirchnerismo viene teniendo en la Ciudad de Buenos Aires desde hace años termine por ser asumida como una adversidad natural, atribuible a una necedad congénita de los porteños.
Resulta llamativa esta incapacidad del kirchnerimo para articular una política dirigida a conquistar a los porteños, porque el componente progresista, igualitario y modernizante que forma parte de la genética k parecería tener en principio una base social afín entre los sectores medios porteños. Esos sectores existen y tienen una participación activa en la vida política y cultural de la ciudad, pero el kirchnerismo a lo largo de 12 años no mostró capacidad de encontrar los referentes que pudieran expresarlos y trabajar en la construcción de mayorías en torno a ellos.
La subestimación al electorado, a la dirigencia y al modelo político del PRO por parte del núcleo duro del kirchnerismo forma parte de la inercia de este esquema: cuanto más se consolida la idea de que los porteños son gorilas por naturaleza, más se acentúa la capacidad para tender puentes con un sector que no encuentra representación. Es la política la que podría cambiar este estado de cosas, pero para eso habría primero que admitir que se ha ido a buscar a este electorado con una propuesta inadecuada. Porque la política no puede limitarse a insistir en que estamos en la posición justa pero "el electorado no nos entiende", sino en producir las transformaciónes necesarias para sumar voluntades.
En la misma línea hay que reconocer la capacidad que el macrismo tuvo para convertirse en la fuerza hegemónica del distrito. Lo logró con las armas legitimas de la política. Una sucesión tan extendida de triunfos electorales se consigue en la medida en que hay una eficacia no necesariamente de gestión, sino en lograr ser la expresión de expectativas de una base social. El trabajo del PRO en la ciudad no es solo el producto despreciable del marketing dirigido a votantes descerebrados, sino en el acierto de su propia batalla cultural. El PRO fue eficaz para transformar sus valores de derecha en una propuesta atractiva. Y su éxito no se logra solo adulando a una clase media desagradecida, despolitizada y con poca memoria histórica. Esos factores pueden estar presentes en el atractivo que el macrismo ejerce sobre un 50% de los vecinos, pero solos no alcanzan para lograr su éxito persistente. Una de sus hazañas es que esta cultura de derecha, insolidaria, individualista y antipolítica termina por ser asumida incluso por las clases pobres, que a la larga resultarán damnificadas por esa derecha que hoy enamora. No ganó solo entre la clase media, sino en todas las comunas. El PRO ya es una identidad politica con base propia en BA. No es solo con votos antiK que lo ha logrado. sino porque se ha preocupado por construir una base social que se identifica con esos valores.
Algo mal estaremos haciendo para no disputarle esos votantes.