Fotografías: Esteban del Valle
por María Pía Chiesino
Hace trece años, el 24 de mayo de 2002, a la noche, habíamos ido con mis compañeros de laburo (una escuela para adultos del Partido de San Martín) a comer a una parrilla. Solíamos hacerlo. La víspera del 25 de mayo era una de las fechas en las que, después del acto, comíamos juntos. Ese año, 2002, el país estaba arrasado. Hecho mierda estaba. A pesar de eso, un grupo de docentes del conurbano sentíamos que, si no quedaba nada para hacer, por lo menos nadie iba sacarnos la dicha de sentarnos a compartir un pedazo de carne, una ensalada y un vaso de vino. ¿Nos conformábamos con poco? Puede ser. Lo cierto es que si uno miraba alrededor, no había nada.
En la parrilla había un televisor. Y a las doce de la noche del 25 de mayo, la cadena nacional puso una bandera en la pantalla y empezó a sonar el himno. Y ahí se me partió la cabeza en ocho. No por nosotros, que nos paramos "como correspondía". Un par de mesas al costado, una mina que estaba sentada con otra no se paró. Ni amagó pararse, y lloró, sentada a esa mesa, mientras duró la canción patria.Y, cuando digo que se me partió la cabeza, lo digo porque lo que yo sentí mientras la miraba llorar fue que nadie tenía derecho a decirle que se parara o que cantara media estrofa. ¿Quién carajo era nadie en ese momento para pedirle (pedirnos), algo así?
El himno terminó y cada mesa siguió con lo suyo.
Trece años después, a veces me pregunto en qué andará esa mina que lloraba las lágrimas que nosotros nos tragábamos. No lo sé. No voy a saberlo nunca, claro. Pero pasé parte de la noche del 24 de mayo de 2015 escuchando al Tata Cedrón, regresado a la patria y cantando "Nomeolvides" de Jauretche, Las lágrimas que se me cayeron anoche fueron de emoción, de alegría, y de "menosmal". Ayer fue el cumpleaños de esta patria que los argentinos empezamos a recuperar en 2003. En ese momento yo no me daba cuenta. No creía en nada ni en nadie. Ahora siento que nunca voy a terminar de agradecerle al Pingüino todo lo que nos devolvió. Las ganas de cantar el himno, de hablar de la patria, y de cantar "Nomeolvides", llorando de la emoción, con un cantor popular que tuvo que irse del país durante treinta años y que pudo elegir volver.