Fotografías: Esteban del Valle
El kirchnerismo en su año 12 hace movilizaciones cada vez más grandes, felices e impresionantes.
Lo primero que impresiona, el dato político más importante, lo más impactante y lo mejor, todo eso junto, es el pueblo en la Plaza. Hay ya entre los que participamos en estas movilizaciones, fiestas populares, una memoria impregnada en el cuerpo de ser parte del pueblo. Distinta a ser parte de un hashtag, más antigua y también más potente, más física.
Yo llego muy apretado en el subte, en medio de un amasijo de clase media, el kirchnerismo que viene desde Caballito, aún no en estado de pueblo. Ahí estamos como en cualquier viaje en hora pico, muchas personas juntas en un cachito de espacio, ciudadanos apretados, pero no todavía multitud. Esa mutación se produce cuando el subte nos escupe en la Plaza. Ayer en medio mismo de la Plaza, a la altura de la Pirámide. Ahí devenimos pueblo. Nuestra identidad clasemediera se diluye porque el colectivo material que pasamos a integrar es transversal y sobre todo popular. En ese sector de la Plaza, al sur de la Pirámide, había ayer un amplio predominio de personas a las que la categoría de clase media no les cabe de ninguna forma.
Pobres de verdad. Estoy buscando la palabra y ninguna termina de decirlos bien: "gente humilde" suena a eufemismo paternalista, "pobres" define por la privación, trabajadores sí, siempre que se incluya en esa categoría a laburantes de trabajos precarios y no sindicalizados; morochos evidentemente, de ropa barata, ese es un dato perceptivo inmediato, grasitas, gronchos, cabecitas, palabras que tienen diversas connotaciones según quién y con qué tono las diga. ¿Pueblo pueblo, como para acentuar el carácter más restringido de la palabra? En fin, entre nosotros, ellas y ellos, señoras mayores y pendejos, madres con sus bebitos que no vienen al centro muy seguido. Pocos lectores de este blog, digamos. Sectores sociales que viven la política desde otro lugar al mío. La Patria es el Otro. Y en las movilizaciones kirchneristas de estos años yo aprendí que quiero ser parte de esos otros. Eso es un efecto práctico, tangible, físico, sentimental y simbólico de estas movilizaciones. Devenir pueblo. Una ruptura del tiempo profano pequeñoburgués para entrar en la sacralidad de la Historia, si se me permite el engendro conceptual.
Ahora pienso que para nuestra época eso es una recuperación del kirchnerismo. Esa amalgama gozosa y hermana de los cuerpos, volverse compañeros, palabra que en el tiempo profano de la pequeño-burguesía suena siempre un poco impostada.
Ahora lo pienso: hay un sector significativo y ruidoso de la ciudadanía que se define como antiK que no conoce esta experiencia. No logra plasmar una experiencia aproximada a esta, o quizás no lo quiere o le teme. Creo que les produce una profunda envidia. En eso ganamos. Tenemos una riqueza de la experiencia política que los anti simplemente desconocen. La fiesta popular. Estuve en cacerolazos con ojo observador y ahí cundía el desaliento, la impotencia, el desprecio: la ausencia de interlocutores y de palabras que no sean insultos e imprecaciones.
Hay una manera de entender el rezongo tuitero, replicado en las columnas derechistas de hoy, por el hecho de que en estos festejos mayos no se recordara 1810. Hace poco fue el bicentenario, pero no importa. Hay una pugna ahí por el concepto de historia. Los gorilas quieren retrotraer el 25 de Mayo a la estampita de los paraguas, bien congeladito ahí, de sentido cerrado. Cristina repuso desde 2010 un sentido de historia en disputa viva, en presencia. Eso es insoportable para La Nación, custodia de la memoria cristalizada del mitrismo. Es molesto también para el ejercicio tuitero que sustituye la historia por la instantaneidad. Se hace subir un hashtag durante un rato. Pero cuando el pueblo va a la Plaza se recupera, se retoma, se reinicia la historia. La dimensión temporal humana y colectiva que no se diluye en el aire, permítame usted Carlitos. La que insiste, queridos tuiteros, mis grasitas.
Esta fiesta popular no responde a una sociotecnia, porque, si no, la podría hacer cualquiera. Los cacerolos no pueden hacerla, el PRO puede tirar globitos en el búnker un rato, incluso cuando gana por mucho. Moyano, que supuestamente tenía el control de la calle, es absolutamente impotente para hacer algo así. Las hinchadas de fútbol ya sabemos que se alejan cada vez más de cualquier noción de fiesta. El Trece puede ensayar diversas formas de manipulación de audiencias, desde el Prende y Apaga de Lapegüe hasta el "hagan algo, la concha de su madre" de Lanata mirando a cámara y convocando a la revuelta televidente. La pueblotecnia resultó complicada.
Cómo se convoca a la fiesta popular. La tradición peronista ayuda y mucho. Hay algo de aquellas otras Plazas, obviamente. Pero desde la muerte de Perón, con aquellas últimas plazas del 74 tan llenas de malos presagios, ninguna invocación a la liturgia peronista había logrado revivir el cuerpo que en su aspecto festivo parecía muerto.
El kirchnerismo supo aggiornar la movilización con algo del rito rockero, la misa ricotera, el show de luces, los cantantes.... Eso lo podría hacer cualquiera pero no lo hacen, no les sale.
Hay que pensar entonces en Cristina. Su carisma. Ella ayer decía "los que no me quieren dicen que soy antipaticona, soberbia...". Y ese juego de provocación pícara y altiva es parte de su estilo, ese que nos encanta a los que sí la queremos. En estos años además ha ido puliendo su seducción y su capacidad oratoria. Ya se remarcó la atención seria con que el pueblo la escucha en cada Plaza. El hecho de que es mujer, otro factor, una dama en el ojo de la tormenta, una esposa (la mujer de..., diría Randazzo), una madre, ahora una abuela. Si fuera eso solo, entonces la Carrió o la Bullrich podrían intentarlo.
Habría que pensar cuánto bien nos hizo Clarín y el sistema de medios de la derecha con sesgos golpistas. El machacar diario contra la Yegua, el odio destilado, el ensañamiento machista, la apelación a las imágenes degradadas de la femineidad: la Bruja, Puta, la Loca... Creo que esa concentración del poder de fuego sobre su figura ayudó a hacerla querida. La fidelidad que nos despierta a tantos cientos de miles tiene que ver con percibirla como un cuerpo frágil y asediado. Sentimos que ella nos necesita, que tenemos que estar ahí, acariciarla con nuestros cánticos. Si no le hubieran pegado tanto, quizás no habrían ayudado a su crecimiento como líder popular.
También podríamos pensar que, si mantiene estos niveles de adhesión y capacidad de movilización, puede influir el hecho de que gobierna bien. Capaz, ¿no?
Que renovó el pacto de fidelidad con su base social, un vínculo que había sido tan ultrajado por las decepciones de Alfonsín, de Menem o el desastre final de la Alianza. Nuestra generación solo había visto políticos que defraudaron a sus votantes.
Ayer el discurso de Cristina tuvo un contenido político conciso pero significativo. Evitó cualquier gesto que pudiera ser interpretado como un espaldarazo, no apareció "el candidato de Cristina" que algunos esperaban. Esperen sentados. Le pidió a la oposición que diga qué es lo que quiere cambiar. Les pidió a los sectores oponentes que piensen si, a pesar de lo antipática que les resulta, no sienten que están al menos un poquito mejor que en 2003. Advirtió sobre la posibilidad de que la derecha intente aún alguna maniobra desestabilizadora para hacer enojar a la gente. Nos dijo que no creamos que un movimiento político depende de una sola persona y que ahora está puesta en nosotros la responsabilidad de nuestro destino. Resaltó el rol del mantenimiento de las paritarias recuperadas después de muchas décadas.
"Espero que mis compañeros de la CGT sigan pidiendo y luchando como lo han hecho durante la gestión de Néstor y la mía, porque si no lo hacen les voy a decir a los trabajadores que cambien de dirigentes sindicales". Cristina anticipó ahí qué rol político va a jugar su liderazgo.