Eduardo Luis Duhalde
por Willy Villalobos
Hoy a la mañana se murió el compañero Eduardo Luis Duhalde. Supe de él allá por los 70 leyendo la revista Militancia Peronista. Tiempo después, cuando era socio del diputado Rodolfo Ortega Peña, cuando se encargaron de la defensa de los 19 presos políticos capturados y fusilados después del fallido del intento de fuga de la cárcel de Trelew, en 1972 durante la dictadura de Lanusse. Cuando recuperamos la democracia, en 1973, Ortega Peña fue elegido diputado nacional por el bloque peronista y un año mas tarde es asesinado con ráfagas de ametralladora en la calle Carlos Pellegrini y Arenales por tres miembros de la Alianza Anticomunista Argentina, el 31 de julio de 1974. Ortega decía que Perón estaba traicionando el programa del Frente Justicialista de Liberación y fue un secreto a voces que la orden de matarlo partió de José López Rega, que en esos días ocupaba el cargo de Ministro de Bienestar Social y era secretario personal de Juan Domingo. La familia del diputado asesinado se negó a velar sus restos en el Congreso Nacional y finalmente el velatorio se realizó en la Federación Gráfica. Eduardo Luis Duhalde despidió a su compañero con un emotivo discurso en el que decía: “No ha muerto simplemente el diputado, sino un militante del peronismo revolucionario que tenía una vieja y consecuente lucha al servicio de la clase obrera peronista y del pueblo. No nos cabe duda de que son precisamente los enemigos del pueblo por el que luchaba Ortega quienes lo asesinaron. No interesa demasiado la mano que empuñó el arma, sino de dónde provino la orden de matar”. Pasados algunos meses, el subcomisario de la Policía Federal Rodolfo Eduardo Almirón, uno de los jefes de la nefasta AAA, frecuentaba un local de moda en Madrid en la calle Fuencarral que se llamaba Drugstore, a pocos metros de la Glorieta de Bilbao. Allí se ufanaba de haber sido ejecutor del asesinato de Ortega Peña. A quien lo quisiera escuchar, decía sin temor que él lo había matado.
Duhalde salvó el pellejo al salir del país hacia España, luego del golpe militar de 1976, cuando la dictadura lo privó de sus derechos civiles y políticos, incautó sus bienes y ordenó su captura. En el exilio fue uno de los creadores de la Comisión Argentina de Derechos Humanos, donde miles de argentinos que habían pasado por las cárceles y campos de concentración pudimos realizar las denuncias que luego eran presentadas en los organismos internacionales. En las oficinas de ese organismo de solidaridad tuve la suerte de conocerlo, junto a su socio Alipio Paoletti, un compañero y amigo de fierro, y desde ahí conservo su amistad. Recuerdo que iba seguido a la CADHU, era un lugar ideal para tomar unos mates, armar alguna contra los milicos dentro de lo que se podía, y fundamentalmente discutir largas horas de política y planear acciones solidarias con los organismos de derechos humanos que peleaban dentro del país. En esa época hacíamos una revista que se llamaba Argentina Día a Día que informaba a los exiliados y denunciaba a los militares; Duhalde nos prestaba la oficina para fotocopiar la revista. Eduardo y el gordo Paoletti siempre estaban dispuestos a escuchar y dar una mano a los compañeros que tenían algún problema, eran muy piernas, uno podía contar con ellos.
Años más tarde, de vuelta en Buenos Aires, me dio trabajo en el diario Sur, donde laburaba como director.
A pesar de la tristeza que significa su muerte, creo que Eduardo logró lo que persiguió durante muchos años, dirigir la Secretaria de Derechos Humanos de un gobierno que hizo lo que parecía imposible, juzgar y condenar a los asesinos de sus compañeros. Se nos fue un grande, un cabeza dura, un militante de toda la vida, un compañero.