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Doce casas dignifica a los chantas de APTRA

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por Oscar Cuervo

Quizás se trate de la única noticia artísticamente relevante que pueda producir el premio de APTRA por muchos años: Doce Casas, el programa dirigido por Santiago Loza y Eduardo Crespo y escrito por Loza con Ariel Gurevich ganó el Martín Fierro al mejor programa unitario / miniserie emitido por la televisión abierta en 2014. 

Yo simplificaría un poco la cosa: Doce Casas es el mejor programa de la televisión argentina de los últimos años. Su calidad artística se equipara a toda la producción reciente de Loza: obras teatrales como Almas ardientes o Nada del amor me produce envidia (con puestas de Tantanián), películas como La paz o Si je suis perdu, c'est pas grave o el libro Textos reunidos muestran que Loza está pasando por un período de inspiración prodigiosa y torrencial y que logró ubicarse como uno de los poquísimos autores multiterreno que se hace oir con una voz propia. Loza configuró un estilo cuya mayor virtud no es catalogar una serie de rasgos reconocibles (aunque estos sí existen), sino abrir un universo poético en expansión que aún no tiene techo. En teatro las evidencias de esto son abundantes, en cine Loza aparece cada vez más afianzado, pero en televisión jugó con Doce Casas de visitante y era posible que su fuerte personalidad quedara ahogada por una inexorabilidad del soporte. Pero con la solvencia de sus compañeros Crespo y Gurevich y un elenco parecido al equipo de los sueños Doce Casas mostró que existe al menos un caso de obra de arte televisiva en los canales de aire de la Argentina. 

Doce Casas fue desarrollada con el concepto de un programa de televisión, con la textura y la sintaxis propia de los teleteatros argentinos de la década del 80, sobre todo con aquellos unitarios de ATC de la recuperación democrática, con un toque de Alberto Migré y ráfagas de Alejandro Urdapilleta, Batato Barea, Néstor Perlongher, Manuel Puig, Rainer W. Fassbinder, Santa Teresa de Jesús, Alejandro Doria y Aída Bortnik. Doce Casas funcionó como una máquina de engullir esas tradiciones discrepantes y subordinarlas a las más íntimas necesidades expresivas de Loza. No se trató de parodia, porque Loza respeta los materiales y recursos televisivos y literarios referidos tanto como para tomarlos en serio, pero a la vez se permite jugar con ellos con un gesto delicadamente border. Lo notable fue ver cómo el grado de densidad poética de sus textos se sumergían en el elemento del teleteatro, con guiños hacia la austeridad del teatro off y la depuración visual del cine. Doce Casas aceptó límites de hierro: ambientes interiores acotados, que hacen aparecer la escenografía televisiva como tal, espacios exiguos por donde las cámaras se mueven como anguilas eléctricas en el líquido televisivo, con una serie de recursos estilizados: muchos planos medios, paneos que intensifican la espesura del espacio dramático, zooms autorreflexivos, algunos pocos travellings colocados con astucia, cambios de iluminación que funcionan como un giro del registro cotidiano hacia la ensoñación, canciones de reputación dudosa. Loza jamás se burla de esos lenguajes, sino que se dedica a demostrar que allí también pueden habitar los dioses de la poesía.

Doce Casas fue también un ave rara: su aparición cotidiana en las noches de la TV Pública implicabala irrupción de unas preocupaciones y un ánimo juguetón decididamente ajenos a la televisión habitual. El mundo de Loza, de personajes que viven en una especie de estado de suspensión existencial, que desde la chatura pueblerina pueden transitar hacia la elevación mística, es un elemento alienígena incluso para el concepto de "televisión de calidad" con que lo promocionaba la TV Pública. Eso hacía que algunos espectadores acudieran desprevenidos en busca de una verosimilitud o una determinación tonal que Doce Casas excluía. La televisión les pide a los espectadores una recepción más bien perezosa, una reducción de la capacidad perceptiva a niveles unidimensionales. La aparición del elemento místico solo parece posible en términos del sarcasmo iluminista o de la impostación beata. Y Loza se mueve por un borde inapresable en el que el éxtasis linda con el absurdo en todas las acepciones de la palabra, desde el absurdo sublime hasta el absurdo ridículo. El despliegue poético de sus textos se entrega al juego de la contaminación de diversos registros, entre el lirismo más exquisito, el distanciamiento y la vulgaridad, sin subrayar el momento en que se pasa de una cosa a la otra. Esta apertura de posibilidades mareó a más de un telespectador que espera realizar un trabajo más simple frente al electrodoméstico.


Hay que decir que nada de esto podría funcionar si no estuviera soportado sobre los cuerpos y las voces exquisitamente afinados de un elenco excelente de procedencia heterogénea: Eva Bianco, Marilú Marini, Claudia Lapacó, Luisina Brando, Cecilia Rosetto, Cristina Banegas, Susú Pecoraro, María Onetto, Rita Cortese, Verónica Llinás, Leonor Manso, Tina Serrano, Viviana Saccone, Ingrid Pelicori, Noemí Frenkel, Julieta Zylbelberg, Iván Moschner, Luz Palazón, Emilio Bardi, Laura Paredes, Esteban Meloni, Alejandro Tantanián, Martín Slipak, Cecilia Rainero, Marco Antonio Caponi, Gaby Ferrero, Juan Gabriel Miño, José Escobar, Claudio Tolcachir,Boy Olmi, Ailín Salas, Alejandra Fletchner, Cecilia Ursi, María Marull, Julia Calvo, Martín Gross, Guillermo Arengo, Marcelo Subiotto, María Inés Sancerni, Patricio Aramburu y perdón si me olvido de alguno. Todos geniales.

Los que se perdieron esta gran obra la pueden ver todavía en youtube acá.

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