Nota del editor:Pasó la hora 0 del 21 de junio y ahora ya sabemos que Cristina Fernández de Kirchner no se postuló para ningún cargo electivo para el período que comienza el 10 de diciembre. Después de dos períodos consecutivos y con un alto grado de popularidad y capacidad de movilización, la Presidenta ha decidido hacer política desde el llano dentro de menos de seis meses. Terminan 8 años inolvidables y empieza un período inédito en la historia contemporánea de nuestro país. Ella estará ahí, pero no en ninguno de los tres poderes del estado. En el breve período que le resta como Presidenta trabajará, como ha dado sobradas muestras, por el triunfo del Frente para la Victoria, cuya fórmula presidencias quedó oficializada anoche: Daniel Scioli y Carlos Zanini. Apuesto a que los años venideros serán muy interesantes para nosotros. También serán algo muy distinto a todo lo vivido hasta ahora. Cristina ha dejado una huella fuerte en nuestras vidas, no solo las de los que la bancamos y la queremos, también en los muchos que la odian queda una marca fuerte de ella, seguro. Justo me llega este texto de Lidia Ferrari que creo que viene bien para un día como hoy:
por Lidia Ferrari
Una amiga se encuentra en Ezeiza con una conocida que está por abordar el mismo avión que ella. Se ponen a conversar y esta persona, de profesión médica, le dice que sus pacientes están aprovechando a comprar pasajes en 12 cuotas porque “después que se vaya la yegua” no saben lo que va a suceder. Mi amiga, un poco sorprendida de la declaración ideológica largada así de zopetón, le dice que le parece un poco contradictorio lo que afirma. Un caso entre miles que conozco y que no me sorprenden, aunque me indignen.
Pero lo que quedó resonando en mis oídos es ese apodo para denominar a una Presidenta mujer con un término que, como todas las palabras, cargan un sentido decantado en el tiempo, en el uso y costumbre que una cultura se da sin premeditación ni discernimiento. Ese modo de denominar a ‘esa’ mujer, la Presidenta de la República Argentina Cristina F. de Kirchner, carga consigo lo despectivo de un apodo y el peso del desprecio por ser precisamente una mujer. Pero, si ese es el sentido que se decanta cuando alguien dice de una mujer que ‘es una yegua’ no debemos naturalizarlo. No sabemos de dónde proviene esa carga negativa para la yegua, ya que no suele tener la misma connotación cuando alguien dice de un hombre ‘es un caballo’. Es cierto que frecuentemente se intenta transmitir que es medio bruto pero no porta la hostilidad desembozada que tiene el ‘es una yegua’. Ahora, me pregunto, ¿por qué las yeguas de la familia equina deben soportar el peso de tanta negatividad y rechazo? ¿Hay alguna historia rural, gauchesca que permita entender el peso de ese sentido sobre la esposa del caballo, que sólo porta su diferencia con los que en el mundo equino nacen con el sexo macho? No sé si existe un comportamiento maligno de las yeguas que las hace más difícil de domar o montar y que sea eso que ha decantado en el sentido del uso de ‘es una yegua’ o simplemente se trata de poner énfasis en el género de la yegua. Es una ‘hembra’ la que debe soportar ese peso añadido de maltrato, de violencia en el lenguaje.
Imagino que la señora médica que así denominó a su presidenta mujer quizá haya asistido a la marcha ‘ni una menos’, porque nadie podría estar en contra de marchar contra la violencia de las mujeres, tan declamada. Pero se desliza en el peso de sus palabras esa violencia y ese odio, resentimiento, desprecio, digamos ese afecto y pensamiento negativos sobre una mujer que ha arribado a un lugar al que casi ninguna mujer puede arribar. Sobre ella, ya no importa si sus acciones políticas son buenas o no, si estamos de acuerdo o no con ella. A ella sí está permitido basurearla con las palabras y, sobre todo, con un apodo. Ya no tiene nombre y apellido, sino que es simplemente un apodo. Similar a la manera en la que se recuerdan a las bailarinas de tango de los orígenes. Cuando se las menciona lo único que ha quedado de ellas es simplemente un apodo: La Payaso, la Tero, María la Meona, la Parda Refucilo, Pepa la Chata, Lola la Petiza, la Mondonguito, la Parda Flora, la Barquinazo. Ellas componen un escaso e indocumentado recuerdo. A nuestros oídos actuales esos apodos nos suenan irrespetuosos, despectivos, hostiles. Pero es lo único que nos ha quedado de ellas.
Insistamos entonces con la idea de que si el uso es el que le da el sentido a las palabras, podríamos ya proponernos reivindicar a las yeguas, pues ellas no han cometido otro pecado que nacer ‘conchudas’, que también, lo sabemos, es una forma del insulto practicado contra las mujeres y contra la Presidenta Cristina por quienes las quieren maltratar y despreciar.
‘Es una yegua’, ‘es una conchuda’ es una forma de decir –sin ser conscientes de ello- que lo que desprecian de la Presidenta de la Argentina no es su política –de ella se aprovechan comprando pasajes en 12 cuotas- si no que sea mujer.
Reivindiquemos a las yeguas y a las conchudas, si es que realmente queremos las mujeres tener los mismos derechos que los hombres, también en el terreno del lenguaje.