Aunque en idénticas circunstancias volveríamos a actuar de idéntica manera, quiera Dios que nunca tengamos que pagar este precio para vivir en paz
Aclaración: esta imagen no está incluida en la película de Nicolás Prividera. La idea de usarla para ilustrar la nota es del autor de la misma.
por Oscar Cuervo
(un mapa provisorio para explorar la película de Prividera)
por Oscar Cuervo
(un mapa provisorio para explorar la película de Prividera)
La forma de Tierra de los padres se despliega así:
- dos epígrafes: "Una nación es la propiedad compartida de un cementerio antiguo y la voluntad de contar su historia" (Maurice Barres) y "La tradicion de toda las generaciones de muertos oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos" (Karl Marx);
- una obertura, pautada por los aires marciales del Himno Nacional Argentino, cuya violencia explícita va a impregnar la percepción del resto del film:
- un cierre, con un majestuoso travelling aéreo que parte de la pequeña parcela de tierra del cementerio de Recoleta, para abrirse hacia el contexto más amplio de la ciudad de Buenos Aires y terminar en el plano inquietante (por primera vez sin palabras que lo anclen a un sentido unívoco) del quieto Río de la Plata, con música de Van Pensiero.
- y en el centro, el desarrollo sustancial de la película pone en obra el sentido de los epígrafes. Enteramente situado en Recoleta, la propiedad compartida que manifiesta la voluntad de contar la historia de esta nación, donde todas las generaciones muertas oprimen como una pesadilla el cerebro de los vivos. Este centro, la parte más extensa, mantiene un ritmo constante, de serenidad solo aparente, que combina series de elementos heterogéneos: la rigidez estatuaria de los Padres, casi siempre militares que empuñan sus espadas flanqueados por ángeles guardianes; el trabajo cotidiano de los empleados del cementerio; la intrusión de algunos presentes que, libros en mano, leen las palabras de los Padres (Sarmiento, Mitre, Urquiza, Alberdi, Rosas, Lavalle, Mansilla; pero también Moreno, Evita, Urondo, Walsh, Gianuzzi...).
El río, la tierra, el cielo. Las nubes que mutan su forma cambiante son el fondo sobre el que se recorta la pose inmóvil de los Padres. Hay toda una pedagogía que estos generales adustos y estos ángeles ligeros nos imparten desde su blancura marmórea. Ellos estaban antes que los presentes y siguen ahí cuando los presente se desvanecen. Por entre ellos, palomas devoradas por gatos, grupos de escolares que toman nota de lo que les dicta la maestra ante cada mausoleo, visitantes ocasionales. Lo primero que invita a pensar la película es quiénes son por derecho propio los habitantes de Recoleta, si las brigadas angélicas, los lectores presentes o los tipos de mameluco. El cine no puede responder la pregunta, solamente puede plantearla.
La intervención literaria en contrapunto con la pesadez solemne de la escultura: personas de hoy, hombres y mujeres de carne y hueso, le restituyen la palabra a las estatuas mudas (¿o se las sustraen?). Porque esos hombres fijados en la piedra han hablado. La palabra introduce otra materialidad entre las nubes y las estatuas. ¿Cuál es la sustancia de que está hecha la historia? Lo dicho por los Padres o el decir de los presentes. Son voces imperfectas, a veces vacilantes, a veces seseosas las que leen, siempre singulares, que actualizan las palabras que de otro modo quedarían como meros signos: voces y palabras en encuentro incómodo.
Tierra de los padres desvela el tiempo histórico condensado en el espacio del cementerio, la vida muerta y la muerte viva de la Patria. Con todo, no se trata de una película meramente histórica, sino del presente. Pero este presente no parece un terreno familiar, sino quizá lo más extraño: los que se meten a leer pasajes de libros viejos (las Cartas Quijotanas, Amalia, Excursión a los Indios Ranqueles, Mi Testamento, la Carta Abierta a la Dictadura Militar) se desvanecen como fantamas tan pronto terminan de leer su parte. ¿Los convidados de piedra (¿de aire?) somos nosotros?
Las palabras leídas no son ensayos teóricos, sino auténticas epístolas, o mejor todavía: partes de guerra, escritos en el fragor de la lucha. No meros relatos: son parte de la guerra. Al haberlas escrito los Padres, al leerlas los presentes, se continúa librando la guerra por otros medios, incluso más eficaces, por su insistencia (porque la palabra siempre vuelve, para perturbar la paz de de las tumbas; ¿la paz?). Más incisivas que las espadas a punto de desenvainarse, más livianas que las alas de las brigadas angélicas. Más insidiosas que la arquitectura fúnebre. Las palabras siguen la guerra. Sarmiento vuelve a aconsejar que para reprimir a bárbaros desalmados se necesitan jueces más desalmados aún, Alberdi vuelve a admirarse de la violencia homicida de los hombres ilustrados; José Hernández enVida del Chacho, 1863:
"El partido que invoca la ilustración, la decencia, el progreso, acaba con sus enemigos cosiéndolos a puñaladas. Mata por su índole perversa, mata porque una sed de sangre lo mortifica, lo sofoca, lo embrutece; mata porque es cobarde para vencer en el combate y antes que mirar frente a frente a su enemigo, desliza entre las tinieblas y el silencio de la noche el brazo armado del asesino aleve, para que vaya a clavar el puñal en el corazón de su enemigo dormido. (...) A veces me pregunto por qué esa furia, esa sed nunca satisfecha de sangre y exterminio. ¿O no se puede ser liberal sin matar? ¿O es necesario exhibir el título de sangre para afiliarse en esa secta cuyo predominio pesa demasiado para soportarlo tranquilamente? ¿No tienen otro instrumento que el puñal para escribir sus nombres en el catálogo de esa pléyade de hombres ilustres, compuesta por libertadores, regeneradores, apóstoles de la civilización, sectarios del progreso y adeptos de la libertad que hoy nos invaden, amenazando por todas partes con el exterminio y con la muerte?".
Y Evita, la intrusa:
"Frente al avance permanente e inexorable del día maravilloso de los pueblos también los hombres se dividen en los tres campos eternos del odio, de la indiferencia y del amor. Hay fanáticos del pueblo. Hay enemigos del pueblo. Y hay indiferentes. Estos pertenecen a la clase de hombre que Dante señaló ya en las puertas del infierno. Nunca se juegan por nada. Son como los ángeles que no fueron ni fieles ni rebeldes. (...) De mí no se dirá jamás que traicioné a mi pueblo, mareada por las alturas del poder y de la gloria. Eso lo saben todos los pobres y todos los ricos de mi tierra, por eso me quieren los descamisados y los otros me odian y me calumnian. Nadie niega en mi Patria que, para bien o para mal, yo no me dejé arrancar el alma que traje de la calle. Por eso, porque sigo pensando y sintiendo como pueblo, no he podido vencer todavía nuestro resentimiento con la oligarquía que nos explotó. ¡Ni quiero vencerlo! (...) No entiendo los términos medios ni las cosas equilibradas. Sólo reconozco dos palabras como hijas predilectas de mi corazón: el odio y el amor. Nunca sé cuando odio ni cuando estoy amando, y en este encuentro confuso del odio y del amor frente a la oligarquía no he podido encontrar el equilibrio que me reconcilie con las fuerzas que sirvieron antaño entre nosotros a la raza maldita de los explotadores".
Esa raza maldita le responde a Evita en el poema de Silvina Ocampo:
"Que no renazca el sol, que no brille la luna
si tiranos como estos siembran nueva infortuna,
engañando a la patria. Es tiempo ya que muera
esa raza maldita, esa estirpe rastrera."
Conversación o batalla, la secuencia de las voces va haciendo sentir, a medida que la película se acerca hacia hoy, el vértigo de la historia, que desemboca en nosotros.
Me fue inevitable, mientras veía Tierra de los padres, pensar en el tenaz intento de Beatriz Sarlo, hace poco tiempo, por desahcerse de su propia sombra, cuando le decía al diario La Nación:
"Cuando el Gobierno se refiere a la participación o anuencia de la Sociedad Rural en golpes de Estado (aunque no es esta Sociedad Rural, es la misma institución), el Gobierno está evocando hechos probados que los buenos historiadores, no sólo la historia de Caras y Caretas o de Felipe Pigna, sino historiadores como Halperin Donghi, saben que sucedieron. Entonces, si uno hace política presente convocando a la historia, cosa que yo creo que es errado... Yo no quisiera ser alineada como miembro del Partido Comunista Revolucionario prochino, del cual fui miembro hasta los cuarenta años. Quisiera ser alineada con mis transformaciones ideológicas y políticas en los veinticinco años que siguieron. Alinear a un protagonista respecto de ese pasado me parece inaceptable”.
Ese recuerdo asomó inmediatamente en mí, al escuchar el terrorífico comunicado que las Fuerzas Vivas emitieron en el 83, cuando las Fuerzas Armadas se replegaban:
“Los argentinos estuvimos en guerra. Todos la vivimos y la sufrimos. Queremos que el mundo sepa que la decisión de entrar en la lucha la provocó e impuso la subversión, no fue privativa de las Fuerzas Armadas. Fue una decisión de los argentinos. Todos, absolutamente todos los hombres de buena voluntad que habitan el suelo argentino pedimos en su momento a las FFAA que entraran en guerra para ganar la paz. A costa de cualquier sacrificio. Y tal como cualquier otra guerra, la nuestra también tuvo su precio. Hoy la guerra terminó, aunque no la vigilia. Aunque en idéntica circunstancia volveríamos a actuar de idéntica manera, quiera Dios que nunca tengamos que pagar este precio para vivir en paz. Las instituciones que abajo firmamos queremos refrendar de esta manera nuestro apoyo a aquella dolorosa pero imprescindible decisión: Asociación de Bancos Argentinos – Bolsa de Comercio de Buenos Aires – Cámara Argentina de Editores de Libros – Cámara Argentina de Anunciantes – Cámara Argentina de Comercio - Consejo Empresario Argentino – Consejo Publicitario Argentino – Liga de Madres de Familia – Sociedad Rural Argentina. Y continúan más de 100 firmas. ("Los argentinos queremos decirle al mundo", diario Convicción, 1983)
¿Será por esta inquietante actualidad que una película como Tierra de los Padres no cabe en el Bafici?