1)
por Liliana Piñeiro
¿Cómo acercarse al mundo tecnologizado de un adolescente de esta época? ¿Acaso escribe sus sueños y temores en un lenguaje extraño? Ross McElwee se plantea estas preguntas desde su condición de padre, cineasta y fotógrafo. Y si para él la vida puede ser retratada o filmada, trata de aprovechar las virtudes de la imagen para aproximarse a algunas respuestas… o tal vez a otras preguntas.
Siguiendo el camino de la evocación, se interroga a sí mismo: ¿quién era él, en realidad, a la edad de su hijo? La travesía comienza, y busca su propio pasado en el único lugar posible donde éste se encuentra: en su memoria. Allí permanecieron, congelados en la idealización, el fotógrafo admirado y el amor juvenil, signos de una época vital donde todo está por descubrirse.
Hay un tono de extrañeza hacia la propia historia o, mejor dicho, hacia el relato que nos hacemos de ella, que tiñe este documental. Sin olvidar el humor, Mc Elwee tiende la memoria como una cuerda de padre a hijo, sobre el abismo que separa a dos generaciones. Y hace equilibrio sobre ella, paso a paso, foto a foto, confrontando la realidad actual con los recuerdos, y generando un puente. Todo sucede como si la adolescencia de su hijo le hubiera permitido iluminar aquellas zonas de sí mismo que, refugiadas en las fotografías, permanecían enigmáticas.
2) La película que esparaba encontrar en el Bafici
por Martín Farina
La pasión por el cine de McElwee, el amor por sus hijos y la necesidad de comprender lo convierten en un autor que busca la verdad a cada paso. Pero no cualquier verdad. Sino su verdad, la verdad de su hijo, la de su padre, de su primera novia, de la ex mujer de un amigo que lo hecho de su primer trabajo, de nosotros. La verdad de la emoción, el recuerdo del recuerdo. El presente más auténtico del recuerdo, que es a la vez la fábula mejor contada de un pasado que sería, o tal vez no.
Photographic Memory es una película en proceso de confección. Una aventura en la busca del sentido. ¿Por qué filmar? ¿Por qué no mejor cualquier otra cosa? ¿Cómo comprender a un hijo y no repetir los errores del pasado? Todas estas preguntas siempre sin respuesta tienen imágenes en la vida de McElwee. Todas esas preguntas que nos llevan a ningún puerto, como vagos ensayos nunca bien dispuestos a la consciencia entretenida en diversos quehaceres, hacen de este autor un nudo de lo eterno. ¿De qué cosa estamos hechos? ¿Cómo es mi familia? ¿Qué sentimos por nosotros mismos? ¿Por qué hago lo mismo que me hicieron a mì, si a mi me dolía que me lo hagan? Preguntas.
Desde el punto de vista narrativo, podríamos decir que McElwee está algo preocupado por la distancia que se ha generado entre él y su hijo adolescente con quien solía tener una relación muy bella y cercana cuando niño. Motivos: muchos. A simple vista, su hijo se dispersa con los innumerables aparatos electrónicos, fuma porro, no puede consolidar los incontables proyectos que comienza, etc. Un adolescente. A partir de esto, el padre sale en busca de sí mismo cuando tenía esa edad. Viaja a Francia donde vivía de joven, de esos viajes gap year, como si saliera en busca de una explicación propia, o simplemente quisiera darle un poco de aire a su hijo para que tenga más tiempo sin él.
El director encuentra en ese viaje varias cosas: a su primer jefe, a su primera novia, parte de su pasado y algo de comprensión con su hijo adolescente. Todo esto y mucho más no sería posible sin la potencia vital del cine como compañía de los días de la vida. De los espacios sin sentido. La resignificación viva del recuerdo en el momento menos esperado hace del cine una caja de luz, cuando para muchos es solo un escombro que pasará de mudanza en mudanza, impoluto (en los mejores casos) pero inaccesible ya con el paso de la tecnología. McElwee no atesora momentos en sus cintas de video para rememorar un pasado que lo hace poner más viejo. Está más viejo, pero vuelve a ser joven cuando el cine que realizó y a quién le confió lo mejor de su vida le da la posibilidad de volver a pensarlo todo. Potencia reparadora. ¡El pasado está vivo! El poder del cine como recuerdo es pensar un pasado vivo, que se rehusa a ser algo dado. Eso que las familias odian, volver a pensarse y discutir lo que durante la vida cotidiana no se piensa.
Lo que no urge, urge después. El cine de McElwee es el combustible para entender la distancia viva del hombre con el mundo. Entonces ¿por qué filmar la vida siempre? No sé. Pero quiero creer fervientemente que el cine se hace sola y únicamente a partir de esta pregunta.