Dos miradas sobre Papirosen, de Gastón Solnicki
1)
por Martín Farina
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por Martín Farina
La película ganadora de la competencia argentina es el segundo largometraje de Gastón Solnicki: Papirosen, que quiere decir algo (no se qué) relacionado con una vieja canción judía que cantaban su padre, su abuela, y supongo que su abuelo también. No sé si es vieja o antigua o si es lo mismo. En este caso me suena que vendría mejor decir vieja, como raída, venida a menos. Porque algo de esto es lo que resucita Solinicki en su núcleo familiar, y con todos ellos, en buena parte de la gran familia Argentina.
Los 50s, 60s, 70s, 80s, 90s y 00s atravesados por todos los soportes de registro conocidos: 16mm, Super 8, 8mm, VHS, VHS-Compacto, MiniDV entrelazado, MiniDV progresivo, MiniDV progresivo falso, HDV, HD DSLR, y HDfull1080p joya. Todas las home-handycams que le ponen el sello a cada época, contexto político, social, y a los eventos familiares que allí son desprolijamente preservados.
En total, 11 años de trabajo. O de vida, porque en esta película confuyen las dos vertientes que dan origen a una, digamos, nueva forma política de ser en el cine. El hombre que filma su propia vida porque sí, porque sí no tanto y después deliberadamente, como una forma de la resistencia, político-analítica familiar-colectivo-social... bla bla que ¡hay que exorcizar!, tal como dijo el propio director y nosotros adherimos: "con esta película pude exorcizar a mi y a mi familia".
Un relato entrañablemente horroroso de su familia (¿hay algún retrato de familia que no sea horroroso?), una reconstrucción frankensteiniana y una destrucción indestructible de las ruinas y monumentos de su familia. ¿Qué es y de dónde viene eso que somos? ¿Quién tiene la culpa? ¿Cómo librarse de algo de todo eso para seguir?
El cine pude ser la gran respuesta (que da Solinicki) para todas estas preguntas. Nuestras familias, muchas de ellas, atesoran con amor en sus registros de video familiar momentos que desnudan el horror al que pública y difícilmente quisieran compartir. Quiero pensar que Gastón encontró con su cámara una forma de protegerse, o de ocultarse, o de tomar distancia de todo eso, o de no tomar distancia pero mantener un lugar más acogedor (no cómodo, o sí tal vez). Cómo dice su madre... "si sabía que ibas a estar filmando todo el día, no te compraba esa cámara...", y ahí se descubre esta enorme virtud que arrastra el cine-hogar en sus archivos: porque mientras todas esas cámaras fueron compradas como artículos de entretenimiento, símil coche bomba, atari, o vestido de diseño, ellas se vuelven contra los que intentaron calmar a las pequeñas fieras deseosas de entretenimiento... Y entonces asistimos todos al divertido espéctaculo del horror. El desnudo y la valentía de mirar de cerca, sin saber aunque sepamos que nos está viendo hipotéticamente todo el mundo. Casi nunca sucede ese hipotético. Porque no hay una película detrás de un archivo de video. Ni tampoco un director en cada hijo. Pero cuando hay el director en el hijo y la película en el archivo, ahi asomamos nosotros detrás de ese vagón. Nosotros, los que aprendimos a filmar para alejarnos del ridículo y después mostramos el ridículo para alejarnos del horror. Como dice Gastón, para exsorcizar-nos (qué dificil escribir esta palabra).
2)
por Oscar Cuervo
Gastón Solnicki es uno de los cineastas más talentosos de la Argentina, pero su nombre hasta ahora había pasado un poco inadvertido porque su brillante primer film, süden, no responde al modelo imperante en el Nuevo Cine Argentino: es un documental, tan riguroso como discreto, sobre el último viaje que realizó a la Argentina el músico Mauricio Kagel. En el cine local de los últimos años hay pocos films como süden, con una forma tan precisa y tan ceñida a su objeto: la escucha musical, según la entiende uno de los grandes músicos contemporáneos. Como se trata de un tema tan específico y dado que la película no hace la menor concesión a la demagogia cool, es natural que no se volviera una moda instantánea como sí lo fueron Historias extraordinarias o El estudiante.
Cuando entrevisté a Solnicki en ocasión del estreno de süden pude constatar que la perfección formal de su ópera prima respondía a la seriedad con la que él encara su trabajo tanto como a la pasión que le despierta la música. Y creo que süden puede ser considerada sin problemas como una gran pieza musical que Solnicki y su editora Andrea Kleinman (prácticamente co-autora de sus películas, como el propio director remarca todo el tiempo) construyen montándose en la obra de Kagel. En esa entrevista dos cosas más me llamaron la atención: Solnicki me dijo que le encanta el cine clásico de Hollywood (si la memoria no me engaña, mencionó a Frank Capra) por sus cualidades formales, de las que trata de aprender, sin necesidad de caer en la sospechosa pereza de los "homenajes" al cine de esa época. Y también me sorprendió que me contara que estaba filmando desde hace años la historia de su familia y que justo la tarde de nuestra entrevista venía de filmar a su abuela en uno de los momentos más reveladores de toda su historia familiar.
Ahora esa película ya terminada, Papirosen, acaba de ganar el BAFICI, imponiéndose con toda justicia sobre otras películas argentinas que los organizadores del festival se habían encargado de remarcar como los highlights de esta edición. Finalmente el 14° Bafici será el de Papirosen y el de Tierra de los padres, la película de la que más se habló, aunque los programadores la hayan excluido, o quizá porque los programadores la excluyeron. Hubiera estado bueno un premio ex aequo entre las películas de Prividera y Solnicki, habrían configurado juntos una síntesis del clasismo oligárquico y/o burgués en la historia argentina: el Bafici se lo perdió por la mezquindad de sus responsables.
El triunfo de Papirosen es la consolidación de un cineasta del que cabe esperar mucho en los próximos años. Su segundo largo no sigue simplemente la fórmula del primero, evita la tentación de repetir el truco que una vez le salió bien y así expande la onda de su autoría, en pleno desarrollo. Papirosen muestra otro lado Solnicki: el capaz de hacer un retrato implacable y no obstante amoroso de su familia y su clase. No principalmente un realizador virtuoso como mostró ser en süden, sino más bien un artista arrojado. El arrojo de su segunda película no es reductible a una fórmula sencilla puesta a funcionar (se le suele llamar "cine radical" a películas hechas en base a ideas simples y llamativas cuyo ingenio se agota en los primeros 10 minutos). No hay ingenio en Papirosen sino decisión de trasmutar el más hondo malestar personal, histórico y de clase burguesa en materia de humor tragicómico. Muchos cineastas jóvenes se hacen notar retratando realidades sociales que les son ajenas, los que le vale el mote de osados o comprometidos. Solnicki filma a su propia familia y hace cine político de primer orden.