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¿Quiere Cristina seguir liderando un movimiento de masas?

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por Oscar Cuervo

La grotesca caída del ex-secretario de obras públicas de los gobiernos kirchneristas José López generó una conmoción en los sectores más politizados de la sociedad. El debate sobre el significado y el alcance político de los delitos que López cometió en abierta flagrancia forzaron a un salto de nivel e intensidad de los debates, sobre todo en el seno de los sectores sociales que apoyan el kirchnerismo y especialmente entre su militancia. La necesidad de este debate es minimizada desde algunos exponentes de la militancia más ortodoxa, desdeñando el impacto causado por la caída de López como una reacción "honestista" y pequeño-burguesa que desconoce los intereses políticos en juego. No me refiero acá al nivel dirigencial del pejotismo, la representación parlamentaria y sindical que desde la salida del kirchnerismo intenta acomodarse a la nueva relación de fuerzas, en un proceso de oportunismo político que desde el menemismo en adelante ya no puede sorprendernos.

El planteo más interesante, más delicado y más productivo radica en reflexionar hasta qué punto el caso López puso una marca irreversible en la historia de la militancia kirchnerista y de los sectores sociales que reconocen a Cristina como líder. Es cierto que el episodio López es totalmente funcional al avance del gobierno macrista y de los sectores colaboracionistas del pejotismo y, sobre todo, del massismo. Pero con señalar esa funcionalidad a partir del caso López ya no alcanza. 

También la minimización de un caso de corrupción probado (por su flagrancia: no se trata de una denuncia de Clarín, sino de un delito objetivo cometido por un funcionario de extensa permanencia y rol decisivo en las políticas kirchneristas durante 12 años) es funcional al gobierno macrista y al descrédito de la política en general y al impulso militante en especial. La naturalización de una grave falla en el control de la gestión del gobierno anterior no sirve para rescatar las banderas, las consignas y el proyecto que deben seguir siendo revindicados. Por el contrario, esta miniminzación es lo que la derecha espera para demostrar que la militancia y los amplios sectores sociales que aún se reivindican kirchneristas son indemnes a los aspectos criticables del movimiento e incapaces de cuestionar a sus dirigentes. El hecho innegable de que Cristina es el límite impuesto por el actual régimen macrista como la dirigente que el futuro de argentina debe declarar inaceptable no puede obturar la imperiosa necesidad de que el campo popular revise y ponga en discusión los procemientos con que funcionó hasta ahora y el vínculo mismo con Cristina. 

El debate profundo no es signo de debilidad de un proyecto político sino de su fortaleza. El empoderamiento de los sectores populares tantas veces propuesto en los discursos de Cristina encuentra en esta situación crítica no solo la ocasión sino la necesidad de ser puesto en práctica. Las apelaciones a la "confianza en la Jefa" y la lealtad a su liderazgo tienen un sentido ambivalente: un movimiento popular necesita confiar en sus líderes, se trata de una apuesta colectiva que le da potencia a cualquier proyecto. Pero la confianza no es una delegación perpetua y metafísica ni un don vitalicio. La confianza necesaria para caminar en un rumbo compartido necesita revalidarse en las diversas fases del proyecto: en épocas de flujo y de reflujo, en ejercicio del poder estatal o en el llano, frente al reconocimiento de las virtudes de un proyecto y también de sus límites, la confianza en un liderazgo es fructífera solo si se somete a una revisión constante.

La certeza de que mientras tanto el régimen de derecha sigue conculcando derechos y transfiriendo recursos económicos hacia una sociedad más desigual, en una escala en que los 8 millones de dólares de los bolsos de López parecen insignificantes, no es un buen motivo para postergar estas discusiones. El avance de la derecha no impide discutir nuestros compromisos en la lucha sino que nos urge a hacerlo. Es también el momento en que el campo popular asuma la necesidad de incorporar a su agenda política el problema de la corrupción sistémica, problema que el kirchnerismo y el peronismo siempre tendieron a desdeñar. Pero la vuelta al poder de un proyecto popular, su reinvención, depende de que la corrupción sea asumida como una amenaza para los proyectos populares, como lo demuestra la experiencia reciente en toda la región latinoamericana.

Hace unos días en un post, "El silencio de Cristina" manifesté la necesidad que tiene la militancia y los adherentes al kirchnerismo de recibir una palabra de la presidenta. El mensaje de Cristina aparecido pocos días después de este post (ver acá) me parece totalmente insuficiente. Cristina responde según una matriz discursiva que no asume el salto cualitativo que el caso López desencadenó. Ya no alcanza con aludir a la gravedad (innegable y que debe seguirse señalando) de los Panamá Papers o a las necesarias complicidades de sectores del empresariado con los delitos cometidos por López y otros funcionarios. Esa matriz discursiva pudo servir en otra etapa: hoy, por su mera repetición y su falta de registro de la crisis de identidad que el caso Lopez ha acelerado, ese tipo de respuestas refuerza la tesis de la derecha que acusa a Cristina de ser incapaz de formular autocríticas y su propensión de tirar la pelota afuera. Lo que es igualmente grave: deja a la militancia territorial expuesta a los cuestionamientos que pueden plantearse desde el seno mismo del pueblo.

No es que la militancia necesite de la palabra de la líder para pensar. Algunos interlocutores en estos días me preguntaban qué es lo que yo creo o espero que Cristina diga. Yo espero que Cristina diga la verdad y, además, como líder en la cual sea posible seguir depositando confianza, espero que exhiba una reacción inteligente ante una nueva realidad. La repetición de un mismo esquema discursivo ante una crisis identitaria muestra una rigidez que no encuentra salidas nuevas para situaciones nuevas.

La política se ejerce con actos y también con palabras. La palabra no es un simple agregado ni un derecho de expresión personal que puede ejercerse o no cuando se lidera un movimiento: es un deber y un modo de ejercicio del liderazgo. La palabra constituye y renueva los compromisos recíprocos entre una líder y sus adherentes y militantes. Esto es más intenso en el liderazgo de Cristina: siempre se señaló la enorme atención que las multitudes movilizadas dedicaban a sus discursos extensos y complejos. Esa escucha es uno de los rasgos conmovedores y potentes de la historia del kirchnerismo. Incomparable con la insustancialidad de los discursos del actual presidente y la nula interlocución que logra con el pueblo. Si se pierde esa diferencia porque Cristina calla en asuntos sustanciales, el kirchnerismo pierde una de sus mayores ventajas.

Es cierto: la palabra de Cristina en este momento la puede poner en riesgo. Lo que pasa es que sin la asunción de ese riesgo el kirchnerismo no tiene futuro.

Pero ¿quiere Cristina seguir liderando un movimiento de masas? Espero que ella lo diga.

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