Quedé muy impresionado, emocionado y contento al ver el discurso de esta maestra de la escuela nº 40 de Quequén, Silvina Panarese. En el acto del 20 de junio en el que los pibes de 4º grado juraban la bandera, Silvina dio una clase de historia magistral sobre el legado de Manuel Belgrano, en un acto escolar que presenciaban unas mil personas entre chicos y padres. El contexto daba para un ejercicio protocolar de patriotismo inocuo, pero ella prefirió dar una auténtica clase de historia y mostrar la tremenda potencia que puede alcanzar el laburo de las maestras de las escuelas públicas. Solo que ella acá fue maestra también de los padres que fueron al acto y no esperaban tener que aprender historia. Por eso, mientras ella les enseñaba, algunos grandulones que nunca hacen la tarea se sintieron muy molestos por aprender y la abuchearon. Se ve que no quieren saber nada.
Ella se bancó los silbidos de los grandotes y terminó su clase de historia con una sonrisa serena y sin perder jamás el don de la pedagogía, tratando como muy buena maestra de que hasta los más burros la entendieran. Y vaya si la entendieron y cuánto les molestó entender.
Después que ella terminó su clase, subió a decir una palabras de ocasión el intendente de Quequén, Facundo López, del Frente Renovador, quien dejó en evidencia la enorme distancia que separa a gran parte de la dirigencia política argentina de maestras como Silvina. Lo que hizo el intendente fue quitarle al acto densidad histórica y reponer al Belgrano del catecismo hagiográfico, sacrificado, humilde e inofensivo. Catolicismo sin fe. A él los burros lo aplaudieron.
Una cosa más: este video es la película argentina del año. Quiero decir: no creo que otra película filmada durante 2016 en Argentina muestre mejor las marcas de la historia presente que lo que acá se deja ver y oír. Es extraordinario el peso del fuera de campo, la fuente de la que provienen los silbidos y abucheos, que no vemos pero podemos vislumbrar. Su permanencia en off los los caracteriza con precisión clásica. La secuencia del discurso de la maestra y el del intendente, con el aplauso final, terminan de sugerir un sentido revulsivo. El viento aturdiendo al micrófono no logra enturbiar la claridad de la voz de la maestra pero reduce la palabra del intendente a un murmullo desganado. Y la bandera a la que se le está jurando fidelidad flamea fuera de foco en uno de los bordes del cuadro. El final está abierto. Faltan cineastas a la altura de escenas como esta.