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Tenemos que hablar de Kevin

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por Liliana Piñeiro

Sobre Kevin hay que hablar… pero el problema es que no hay palabras adecuadas para nombrarlo, en el sentido de algún lazo simbólico que pueda anudarlo amorosamente al corazón de su madre.

Desde un presente atravesado por el horror, la directora escocesa Lynne Ramsay nos acerca una relación primordial: la de una madre con su hijo. Relación fundante, hilada por la ambivalencia, fuente inagotable de amor… o desdicha.

¿De qué manera recibe una mujer la noticia de otra vida dentro de sí? Si cabe no naturalizar la maternidad, una gama de sentimientos se abren como posibles, a partir de la inicial extrañeza frente a un cuerpo que cambia y ese otro que avanza, que cava el espacio disponible, que busca asirse al mundo violentando a veces el deseo de quien lo contiene. En el caso de Kevin y Eva, su madre, el odio parece ser el único puente que une sus miradas.

Pero esa relación tiene algunas vicisitudes: está el padre, la pequeña hermana. Todo amenaza la exclusividad. El único momento en el cual el niño se aquieta es cuando escucha, con voz materna, el cuento donde el héroe tensa la cuerda y acierta al blanco. La tragedia caerá entonces, con ojo cruel, porque Kevin no juega, su flecha no hace metáfora…

Feroz, perturbadora, la historia de Eva es una suerte de expiación. Un sentimiento inconfesable, que no encontró las palabras adecuadas, dio a luz un acto monstruoso. “El punto es que no hay punto”- dice Kevin, perdido, girando en vacío sin hacer pie.

Un largo camino le llevará a esta madre encontrarse con su hijo, enlazarlo, dar esa puntada que lo una a lo humano y le permita reconocerse, al fin, entre sus brazos.

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