por Esther Díaz
La modernidad aspiraba a la felicidad universal y al entendimiento entre los pueblos. La posmodernidad fragmentó esos ideales y los dejó sin fundamento. Desde la fisión del átomo y la invención de la informática -a mediados del siglo XX- se patentizó el resquebrajamiento de las utopías y, unos años después, la desaparición del estado de bienestar y el avance devastador del neoliberalismo. Pero ese desacralizado embate todavía se encuadraba en proyectos que pretendían “organizar el Estado”, si bien en beneficio de los mercados desrregulados.
Pero nos esperaba algo peor, la época actual subsiste colonizada por los corporativismos empresariales que, con total cinismo, se asumen como no políticos. Pues todo se terminó de desintegrar a partir del 11 de septiembre de 2001 -fecha simbólicamente paradigmática en cuanto a pérdida de libertades, comienzo de invasiones bélicas globalizadas sobre países pobres con recursos naturales ricos, e imposición de un estado de excepción que masacra desvalidos- ya no somos modernos ni posmodernos, somos póstumos porque nuestras condiciones de vida son el producto deformado y perverso del utópico proyecto moderno y del cinismo neoliberal posmoderno.
Ya no nos une la promesa de un mañana mejor, ahora nos atan otros lazos: nuestros ideales tristemente sacrificados y la necesidad de crear nuevos valores y obtener consenso, no para volver al pasado, sino para reafirmarnos en un nuevo presente con potencia de inclusión como para resistir el embate de los gerentes de multinacionales, que roban nuestros impuestos fugando capitales hacia paraísos fiscales, y han producido el actual desencanto del mundo en general y de nuestro país en particular. El desafío es grande porque quienes votaron impolíticos, aunque no pertenezcan a clases privilegiadas, defienden a (o se muestran indiferentes con) esta nueva raza de empresarios que están labrando la exclusión social de quienes están al borde del sistema y ni se preocupan por los que ya cayeron. Recordar entonces la admonición de Spinoza: ¿Por qué será que los pueblos luchan por su esclavitud como si fuera por su libertad?