La otra.-radio del domingo pasado, para escuchar clickeando acá
En La otra.-radio del domingo pasado escuchamos algunos temas de Schmilco, el muy buen nuevo disco de Wilco.
También hablamos del paso por Buenos Aires del cantante brasileño Tom Zé.
Del premio que ganó Taekwondo (la película de Marco Berger y Martín Farina) en el Festival de Kiev.
El programa entero se puede escuchar clickeando acá.
Pero en lo que quiero detenerme en este post es en La Bahía (Ma Loute), la nueva y muy valiosa película de Bruno Dumont:
En La otra.-radio del domingo pasado escuchamos algunos temas de Schmilco, el muy buen nuevo disco de Wilco.
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De la premiere mundial en la Viennale de CUMP4RSIT4, la nueva película de Perrone (ver más acá).
Del prodigio que Charly logró a los 23 años, cuando compuso "El show de los muertos", una de sus obras imperecederas.
Del premio que ganó Taekwondo (la película de Marco Berger y Martín Farina) en el Festival de Kiev.
El programa entero se puede escuchar clickeando acá.
Pero en lo que quiero detenerme en este post es en La Bahía (Ma Loute), la nueva y muy valiosa película de Bruno Dumont:
Ptit Quinquin es grandiosa. Tan grande que tuve que cambiar mi decisión de no volver a ver una película de Bruño Dumont. Hors Satan había colmado mi paciencia. Me había saturado su posición de discípulo sádico de Bresson, en el que cada gesto de crueldad parecía fríamente calculado en un total control de sus instrumentos de tortura. Fue Roger Koza el que me advirtió que tenía que considerar la posibilidad de ver P'tit Quinquin. La crueldad de Dumont seguía estando, pero transfigurada por dos elementos que variaban la perspectiva de manera drástica: el humor y el amor. Entonces la crueldad podía aparecer en un contexto más generoso con la existencia, sin dejar de manifestar la ferocidad del mundo, pero más sensible a los matices y atento de los pequeños detalles decisivos.
El Dumont inicial, el de La vida de Jesús y La humanidad, ya se ubicaba en un espacio rural áspero y violento al que el resto del cine francés no suele asomarse (Bresson lo había hecho, con Al azar Baltasar y Mouchette, el díptico inevitable para buscar la filiación del cine de Dumont), con un realismo seco que parecía dar cuenta de un desquicio del mundo que el cine no puede ni debe conciliar.
Pero a medida que avanzaba, su bressonismo se volvió más caligráfico y desalmado. Pura amargura que vuelve a Hadewijch y Hors Satán ejercicios de maldad sistemática. El malestar desde el que estas películas estaban concebidas parecía agotar todas sus posibilidades en el goce sádico.
P'tit Quinquin fue una especie de milagro: de esos que Dumont a veces invocaba pero en sus películas parecían no poder suceder jamás. Pero sucedió. De alguna manera tuvo que romper con esa condición cómoda de discípulo amargo e impotente. Es raro que un cineasta establecido sea capaz de volver a pensarse, hacer sonar notas que habían quedado fuera de su registro. Dumont se atrevió y le salió muy bien.
Aunque suene raro, un artista al que le sale algo muy bien se mete en un problema: ¿qué viene después? ¿Afirmarse en esa tierra conquistada durante unos años más? No es lo que Dumont hizo ahora, con Ma Loute (estrenada acá como La Bahía).
Ma Loute no es un perfeccionamiento de los logros de P'tit Quinquin sino todo lo contrario: el arrojo de ir más allá, con el riesgo de arruinar lo que había salido muy bien. El esquema argumental -lo que menos importa- es una variación del mismo tema: una localidad agreste en la que ocurren una serie de desapariciones, investigadas por un par de policías ineptos que se enfrentan a una misión que los supera. Pero lo nuevo es que en Ma Loute Dumont apuesta a violentar las formas, más allá de lo que había logrado en la película anterior. Del laconismo bressoniano no queda ya nada. Se juega, en cambio, por hacer chirriar dos tonos de actuación opuestos, entre el registro documental de los campesinos rudos y temibles y la impostación teatral desbordada hasta la hipérbole de los burgueses ridículos. Dumont conjuga no-actores con hiperactores, los alterna o los junta en un mismo plano. Los giros tonales de la película son continuos, desde lo crudo hasta lo recocido, desde lo tierno hasta lo atroz, desde el gag físico hasta el lirismo desatado, desde lo sublime hacia lo ridículo. La áspera belleza del paisaje se constituye en el fondo tonal en el que se desenvuelve la fricción entre dos clases sociales y dos modelos de actuación. Lo que así se logra es poner a obrar la violencia del mundo para plasmarla en una (des)organización formal. Se trata del mismo malestar que antes producía una caligrafía sádica y ahora escribe en líneas torcidas.
Esta inflexión que Dumont ensaya sobre su identidad autoral le permite también asumir como propio un problema del cine contemporáneo: la imposibilidad política y estética del clasicismo. No puede acomodarse en el cine lo que en el mundo está desquiciado. No basta mostrar que las cosas van mal: hay que expresar ese desarreglo en la forma. En lugar de dirigirse hacia una posición de mayor destreza estilística, los artistas con coraje avanzan en terrenos en los que no tienen garantías. Fassbinder lo hacía todo el tiempo, Tarantino lo practica contra su conquistada posición en la cultura norteamericana. Dumont lo hizo muy bien en P'tit Quinquin y se anima a extraviarse en Ma Loute. Con este gesto, nos invita a releer retrospectivamente su filmografía anterior bajo una luz nueva: ¿habrá que rever Hadewijch y Hors Satán? Ma Loute, con la perplejidad a la que continuamente nos empuja, enarbola la bandera del error como una variante exquisita del acierto.
En el programa de esta noche nos visita Florencia Ruiz, para hablar de Parte, el disco que hizo junto al Mono Fontana, uno de los mejores editados este año. Medianoche en FM 89,3, Radio Gráfica, online acá.
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