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Ricky Espinosa: Todos los muertos son buenos

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Hoy se cumplen 10 años del suicidio de Ricky Espinosa.

Ricky llegó a ser una leyenda rockera de los suburbios. El líder de Flema, oriundo de Gerly, conquistó una reputación de artista extremo desde fines de los años 80. No se trataba de una postura estética, sino de lisa y llana desesperación, expuesta sin remilgos ante la mirada ávida de sus fans. Autodestrucción en directo, sin metáforas, arriba o abajo del escenario, la vida de Ricky, su extendida muerte, encierran una clave sobre un lugar y un tiempo: la zona sur, los chicos de los años 80 y 90, este lugar, nosotros.

Sebastián Duarte escribió en 2005 un libro biográfico, Ricky de Flema. El último punk * (Ediciones Baobab) en el que puede rastrearse el sentido de esta historia que es también la de muchos otros. A continuación, una selección de algunos fragmentos del libro. Estos fragmentos también fueron publicados en el número 9 de revista La otra, número que hoy está completamente agotado.

Ricky de Flema, el último punk

por Sebastián Duarte

El nacimiento de Flema

A principios de 1987, el mástil de la Plaza Alsina se transformó en el único lugar simbólico por parte de la juventud de Avellaneda. Hospedaba a chicos y chicas que hacían radio, fanzines, teatro y a todas las bandas nuevas de rock del barrio. Integrantes de los grupos Flujo, Mobuto, Dragster y Tu Vieja se juntaban alrededor de las seis de la tarde para hablar de música, literatura o bien de experiencias con drogas. (...) Por lo general, Ricky se acercaba hasta esa parada para ver a su amigo y de paso para relacionarse con los rockeros de la zona. Esto era así: si un integrante de un grupo tocaba en algún lado, todo el resto lo iba a ver. Un método de apoyo que resultaba eficaz a la hora de sumar público. Pero Espinosa se enganchaba hasta ahí nomás con la movida de Avellaneda. Más bien se interesaba por conjuntos que empezaban a hacerse conocidos dentro de todo el under.

A mediados de febrero, la ascendente banda Comando Suicida ofreció un show en un local capitalino que se llamaba La Alcantarilla. Y Ricky, esa vez como tantas otras, pagó su entrada para verlos. La música de Comando se inclinaba hacia el punk, aunque por sus letras y la manera de pensar del grupo se la denominaba Oí! La mayoría de sus seguidores eran skinheads, aunque había una porción grande que sólo iba porque el grupo sonaba bien y no por su forma de plantear las cosas. Y ese era el caso del Negro, quien, con sus chuzas largas, aquella noche hizo pogo a rabiar sin importarle lo que pensaran los cabezas rapadas que dominaban el sitio. En uno de esos choques de cuerpo contra cuerpo se topó con un pibe petisito y de ojos verdes, a quien le vio cara conocida. En realidad, los dos parecían conocerse de algún lugar. Entonces, Ricky le dijo: “A vos te conozco”. Y el flaco le respondió: “Yo a vos también. De Avellaneda”. Al final resultó que se habían visto varias veces en la Plaza Alsina y hasta habían compartido algunos porros en el mástil. Juan Fandiño era el nombre del flaco y era cuatro años menor que Ricky. Hacía unos meses que había formado una banda con compañeros de su colegio, el Cristo Rey de Dock Sud. Pero prácticamente no podía contar con ellos porque solían dejarlo plantado en los ensayos. Entonces no tuvo mejor idea que convocar a un amigo suyo llamado Fernando Cordera para que cantase (era el primo del cantante de la Bersuit). Con Fernando se conocían desde los cinco años, porque habían compartido jardín, primaria y primer año de la secundaria en el colegio Pío XII de Avellaneda, hasta que a Juan lo echaron por hacer lío en el aula. Al grupo le pusieron Flema, por sugerencia de Sabrina, la hermana de Juan. El nombre sonaba bien: era corto y agresivo como la música punk que tenían en mente. Como su idea era la de rearmar el grupo, antes de que finalizara el show de Comando tentó a Ricky, quien en Avellaneda era famoso por su habilidad con la guitarra, para que se acoplara a su proyecto. Acordaron juntarse a ensayar en una casa vieja que era propiedad de los padres de Fandiño y estaba deshabitada. La apodaban La Covacha, y quedaba en Luis María Campos 2155, Sarandí. Allí se realizaron los primeros ensayos de la banda. (Capítulo III “El nacimiento de Flema”, página 25.)

Sus dos pasiones: Gerli y El Porvenir

Para Ricky no había lugar más importante que Gerli, su barrio. A lo largo de su vida vivió innumerables historias por sus calles, clubes, bares y esquinas. Aunque él decía que no creía en la amistad, tuvo un grupo de amigos a quienes denominaba Los íntimos, y estaba formado por Huguito, Baco, Cristian y Diego. Ellos lo llamaban Chucky, por los quilombos que se mandaba. Hasta el año 2000 todos paraban en El expreso bar, pero un día Ricky se peleó con los dueños del lugar y a partir de entonces se veía con los chicos en otros sitios. A su vez, el Negro se relacionaba con dos personas que lo conocían bien de cerca: el Titi y el Mono, quienes también se vinculaban con Los íntimos, pero la diferencia radicaba en que conocían al cantante de Flema con mayor profundidad. Todos ellos cuentan con infinidades de anécdotas y además acompañaron de cerca el fanatismo del cantante por el club de sus amores: El Porvenir. A continuación, los testimonios.

Huguito: En los últimos tiempos a Ricky no lo dejaban entrar aquí en El expreso bar por hacer bardo. Traía a todas sus minitas. Una vuelta llevó a una mina arriba del mostrador y le empezó a tocar el culo. Aunque los viejos se re deliraron, a él no le importó. Lo echaron porque se quería trenzar a trompadas con todos los viejos. Por eso no lo dejaron entrar nunca más. Él era de bardear, salir re loco. Cuando estaba loco, ¡aguantate la que se venía! Nosotros le decíamos Chucky. Después de tocar en algún lugar venía con fans de otro lado, por ejemplo de Morón. Después los echaba a patadas de puro loco que estaba. La gente no entendía nada. Les empezaba a pegar y les decía que se fueran a la mierda. Sabés lo que pasa, todos lo tenían como un ídolo y cuando venían no podían creer lo violento que se ponía. Y a pesar de que los cagaba a trompadas, los chabones lo querían igual porque seguían viniendo. Él decía: “Yo soy un negro de mierda pero sé más que vos y que todos. De historia, de lo que me quieras preguntar”. Y era verdad. ¡Tenía cultura! (...)

Diego: Siempre jodía con que se iba a suicidar. Una vez estábamos acá en la esquina y llegó con uno de los pibes de la banda. Estaba muy drogado. Se balanceaba para todos lados. De repente me imploró a los gritos: “¡Dame un vidrio que me corto!”. Yo le decía que se dejara de joder las pelotas. La cuestión es que encontró un pedazo de vidrio de botella de gaseosa en la calle y empezó a cortarse el brazo. Se tajeaba una y otra vez. Se hizo cinco rayas enormes. Un par sangraban, otras no. Yo me cagaba de risa porque ya lo conocía. Siempre se lastimaba. Era autodestructivo. Se tiraba en la calle y nos comprometía. Se acostaba en el medio de la vereda como si fuera una cama. La gente que pasaba tenía que esquivarlo. Nosotros lo sentábamos contra la pared, le poníamos una gorra, lo dibujábamos. Después se caía y se acostaba en el piso otra vez. Se daba vueltas por el piso. Como nosotros estábamos ahí fumando unos porros, decidíamos tratar de arreglarlo para no dejarlo en banda. (...)

Cristian: Una vuelta lo crucé por acá en Lacarra. En una cuadra le pegó a cuatro chabones. Pasaba y los ponía. Decía: “Aguante el Porve”. Tenía la cara pintada. Bien punk. Recuerdo que un sábado jugaba el Porve y el chabón fue a la cancha el viernes. Era de mañana y golpeaba como loco las puertas de chapa del club. Fue como tres veces caminando desde El expreso hasta allá. (...)

Huguito: Una vez Diego le pegó un chicle en el pelo y él se arrancó el mechón. Me lo quedé yo. Encima había fans que venían hasta acá y me lo querían comprar. ¡Increíble! Diego: Traía minas de La Boca, de San Telmo, de acá a la vuelta. Lindas, feas, de todo. Se las llevaba para la terraza de su casa. Entraba, saludaba a sus viejos y se las llevaba para arriba. La mayoría eran chiquititas de edad. Como él era famoso, le resultaba fácil ganarse minitas de su palo. Una vez lo acompañé a Clarín a hacer una nota con 2 Minutos. Se realizó en un bar que está en la esquina del diario. Cuando finalizó, volvíamos en un remise de acá. Me senté con el chofer y Ricky iba detrás con una minita de La Boca con la que andaba. En un momento me tocó el hombro, me di vuelta y vi que se estaba haciendo tirar la goma en el asiento de atrás. Yo me quería morir. Siempre hacía eso: le encantaba que se la chupen y que lo vean. Me hacía cagar de risa.

Baco: Un día el chabón estaba re dado vuelta. Estábamos en la esquina. Él había discutido con Valeria, la mamá del hijo, y me dijo: “Baco, todas las minitas son putas. Son todas putas. Mi novia, tu novia”. En un tiro no le di más cabida porque estaba bardeando. Si estaba Verónica, la hermana del Mono al lado mío. Encima ella era mi novia. No tenía nada que ver lo que estaba diciendo. E insistió: “Baco, Baco!”. ¡Pum! Me puso una trompada porque no le daba más cabida. Un par de veces cayó en cana yendo a ver al Porve. Lo que pasa es que siempre lo cachaban cuando estaba barrilete. Le re cabía estar loco. La hinchada tiene banderas de Flema. La voz de él sobresalía entre todas. Él conocía a mucha gente de la hinchada vieja. Con el Tano de la hinchada de Independiente tenía buena onda. Compartían historias de merca y otras cosas. Compartió muchísimos asados con la barra del Porve.

Diego: Una vez fue al puntero y le dijo: “¡Dame todo! ¡Quiero todo!”. Le dieron merca, pepa, faso. Se hizo un cóctel, igual estaba pilas. Después se fue para la esquina. Vomitaba y se comía su propio vómito. Decía: “¿A ver qué comí?”, y se lo volvía a tragar. Yo había fumado y estaba un poco escabiado y no quería saber más nada. No podía entender cómo el chabón todavía estaba pilas. Me acuerdo cuando llegó con un tajo enorme sobre la ceja. Le pregunté: “¿Qué te pasó? ¿Quién te hizo eso?”. Encima el chabón con las manos se abría más el agujero y gritaba como un perro para horrorizarme. Esa vez me confesó que era depresivo y autodestructivo. (Cap. V, “Sus dos pasiones: Gerli y El Porvenir”, páginas 49 y siguientes)


* El último punk, versión teatral de la biografía de Ricky, escrita por el propio Duarte, se estrena el jueves 7 de junio en el Teatro La Ranchería (México 1152) a las 20.30. Repite todos los jueves de junio.


(Continuará)

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