Tríptico Dreileben (con breves referencias al Tríptico Perrone)
por Oscar Cuervo
por Oscar Cuervo
Por estos días, Buenos Aires asiste a una curiosa coincidencia cinematográfica: se están proyectando dos Trípticos de películas de origen muy diverso y también de propósitos muy diferentes: el Tríptico de Raúl Perrone, del que ya hablamos varias veces en este blog; y el Tríptico Dreileben, un proyecto colectivo de los cineastas alemanes Dominik Graf, Christian Petzold y Christoph Hochhäusler. Desde hoy hasta el domingo se van a estar viendo ambos Trípticos en sendas salas del centro porteño.
El Tríptico Raúl Perrone en el Cine Cosmos Uba este jueves, viernes, sábado, y domingo, en los siguientes horarios: a las 19:00 Luján, a las 20:30 Los actos cotidianos y a las 22:00 Al final, la vida sigue igual. Por el momento solo digo que esta serie de films, juntos o por separado, consituyen una obra mayor del cine argentino actual, la consolidación de una poética personalísima.
Y el Tríptico Dreileben, que se viene proyectando en la Sala Lugones desde hace unos días y se verá hasta el domingo, en horarios que pueden consultarse acá. Las películas: Algo mejor que la muerte (Etwas Besseres als den Tod) con dirección y guión de Christian Petzold; No me sigas (Komm mir nicht nach) de Dominik Graf; y Un minuto de oscuridad (Eine Minute Dunkel) de Christoph Hochhäusler.
La coincidencia es curiosa porque las condiciones de producción del argentino Perrone y de los tres alemanes no pueden ser más distantes. Pero en esta distancia puede reconocerse similar preocupación por la búsqueda de un sentido que justifique la renovada existencia del cine, preocupación que tanto Perrone como Petzold, Graf y Hochhäusler solo parecen poder resolver filmando. Hay algo más, que a esta altura sospecho pero que dejo en estado de hipótesis: el recurso del Tríptico, que uno y otros toman para poner en obra su preocupación por el estado de la cinematografía, puede estar rindiendo tributo a una complejidad del asunto que se resiste a ser reducido a la Unidad. Puede ser que se trate de una idea mía apresurada, sobre todo porque ya vi el Tríptico completo de Perrone y de los alemanes solo vi la de Petzold, Algo mejor que la muerte. Pero mi idea también se apoya en cierto conflicto con la Unidad que parece estar manifestándose en el cine contemporáneo de diversas maneras: las últimas películas de Apichatpong, las de Hong Sang-soo, las de Miguel Gomes, por citar algunos casos, no parecen ceñirse a la categoría de la Unidad: a veces en una de las películas de estos autores pueden encontrarse dos o tres películas potenciales, a veces varias de sus películas dan la sensación de ser partes de una serie mayor de contornos aún indefinidos.
Por lo pronto, tanto el Tríptico Perrone como el Tríptico Dreileben plantean el mismo desafío para pararse ante ellos: ¿tenemos que ver las tres en un orden determinado? ¿podemos cambiar el orden? ¿podemos ver solo algunas de ellas prescindiendo de la idea del conjunto? Puesto que se trata de Trípticos y no de Trilogías, la respuesta que encuentro en uno y otro caso, tanto de parte del cineasta de Ituzaingo como de los berlineses, es ambivalente: sí y no; no hay un orden obligatorio, son en cierta forma películas autónomas, aunque por otro lado viendo la serie completa es posible ver más que si se ven las películas por separado (por los vínculos que se pudieran establecer, vínculos frágiles, no narrativos, más bien conceptuales, pero que demandan un acabamiento por parte del espectador, ya que nunca son explícitos).
En el caso de Perrone, hay un mismo autor, un estilo muy consolidado (y cada vez más depurado a medida que la serie avanza, hasta llegar al esplendor de Al final, la vida sigue igual), un espacio geográfico común, lo que propicia la construcción de una unidad. Es cierto. En eso estoy. En todo caso, el problema para mi interpretación es comprender el principio de la proliferación: ¿por qué tres y no una? Lo dejo en suspenso: tendré que verlas una vez más por lo menos. Y familiarizarme también con la obra anterior de Perrone, que no conozco bien. Nada más por ahora, en pocas horas amplío: sólo que no las dejen pasar.
El caso de los alemanes es distinto: puede entenderse más rápidamente por qué son tres películas: porque se trata de tres autores distintos. Allí lo que hay que buscar es el principio de comunidad en lo diverso. Hay una historia del proyecto: en 2006, Christian Petzold, Christoph Hochhäusler y Dominik Graf se vieron envueltos en un debate vía mail sobre el cine alemán contemporáneo, sobre "cómo encarar el futuro y qué tipo de cine querrían hacer más allá del que ya habían hecho y les había dado una identidad entre la crítica internacional" (ver el artículo de Luciano Monteagudo que se extiende sobre la génesis del proyecto acá). Los dilemas que a ellos los atraviesan tienen que ver con adquirir alguna especie de legitimidad que les permita sostener sus respectivas obras: ¿hacer cine de autor, bajo el riesgo de terminar impostando un estilo que asegure su recepción en el circuito de los festivales? ¿filmar telefilmes subsidiados por las cadenas de televisión? ¿recurrir al cine de género, que por un lado les ofrezca la familiaridad de públicos específicos y por el otro les permita jugar con los límites de los códigos genéricos? Los tres directores intercambiaron muchos mails sin terminar de ponerse de acuerdo, pero sin cerrarse a una respuesta personal definitiva, tratando de mantener la tensión de la diferencia en la unidad de la conversación.
Dominik
Graf (el que se considera más ajeno a la “Escuela de Berlín” con la que los otros dos fueron identificados por la crítica internacional) sintetiza estos dilemas de la siguiente forma en uno de los mails del debate:
"En los últimos años, los diferentes circuitos de marketing se distanciaron diametralmente: de un lado quedó el cine comercial = televisión comercial = mainstream en general (me parece que son cosas ya no se pueden separar de manera específica) y, del otro, claramente diferenciada, está la cultura de los festivales que también ofrece alguna que otra oportunidad comercial a las películas: acuerdos de distribución, premios, etc. Pero casi no queda ningún tipo de cine interesante, apto para ambos tipos de marketing (...) La división cada vez más tajante entre “arte” y “comercio” lleva a una separación total entre “experimento” y “película narrativa” (¡Por favor! Qué palabra horrible es “película narrativa”...). Y optar entre una cosa y la otra se vuelve una decisión casi existencial para un director de cine. Lo lamento mucho por los directores. El encasillamiento, la categorización, llega demasiado pronto".
Lo más interesante de todo es que esta conversación podría haber quedado ahí, como un intercambio privado, pero ellos decidieron hacer tres películas que se vincularan con este problema y con la forma en que cada uno lo encara, pero además, que las películas resultantes mantuvieran una mínima premisa argumental: la fuga de un peligroso asesino convicto; y que las tres transcurrieran en un mismo espacio: el pueblo ficticio de Dreileben (que puede traducirse como “Tres Vidas”). Por lo demás, los tres se reservaban entera libertad estilística para resolver el desafío.
Y bueno, como dije, hasta ahora del Trítpico Dreileben solo vi la película de Petzold. Y quedé deslumbrado. La cuestión del cine de género asumida como problema y no como certeza, el ideal de un cine narrativo en tensión con la idea más frágil e incierta de experiencia cinematográfica, son atravesados con maestría por Petzold. Algo mejor que la muerte es una especie de historia de amor sensual entre un muchacho y una chica, en un espacio luminoso, boscoso y solo aparentemente plácido. Pero esa textura de superficie se ve continuamente interferida por la irrupción de lo otro: la violencia, lo siniestro, la locura, la noche, la pesadilla. Lo notable es que la oscilación entre el amor juvenil y la posibilidad de que todo se precipite en el horror no llega a un punto de determinación. No se trata de un cruce de géneros, a la manera del pastiche, sino de una indeterminación que enrarece las respuestas más habituales que nos producen los hábitos cinematográficos. Petzold nunca cede a la naturalización del género, mantiene todo el tiempo la posibilidad de desliz, envuelve la historia de amor y desamor entre caricias, besos, abrazos, roces de las pieles, sonrisas, celos. Pero ese espacio grato y acogedor se ve una y otra vez acechado por destellos de oscuridad. Puede que se trate solo de amor juvenil, pero qué miedo da.