Los funcionarios hipócritas y los analistas políticos sofisticados niegan cualquier afinidad del macrismo con la dictadura, pero ambos sectores se comportan como lo hacían sus antecesores en la época del terrorismo de estado.
Por ejemplo, el macrismo detesta la fecha del 24 de marzo y cada año hace todo lo posible para borrarla de la memoria viva del pueblo.
La memoria viva del pueblo no es una efemérides. Cada 24 de marzo las mayores, más diversas y sólidas de las multitudes de la sociedad civil nos recuerdan que no hay distancia entre lo social y lo político, que movilizarse el 24 de marzo es pasarle la posta a las generaciones de jóvenes que revitalizan una línea histórica, el mayor reaseguro contra los intentos represivos que las clases dominantes quieran realizar en el presente infame o en el futuro en disputa.
Los macristas saben que el movimiento de DDHH encabezado por Madres y Abuelas encarna la resistencia inclaudicable, vital e inteligente que otros sectores sociales más ambivalentes o cagones no se deciden a asumir. Saben que Madres y Abuelas son la autoridad intachable, reconocida por las generaciones siguientes que no cesan de enriquecer y presentificar el significado de esta lucha.
Por eso al régimen, lejos de la bonhomía light que quiere proyectar a través de los yaguaretés y las ballenas francas en los billetes, lo que les jode profundamente es la fortaleza de nuestra movilización y de nuestros símbolos.
Nada que ver con la dictadura, dicen, pero quieren mellar cada 24 de marzo la movilización que, sin embargo, crece en cantidad y calidad. En 2016 querían traer a Obama a la Casa Rosada para impedir la marcha, en 2017 intentaron un feriado turístico que tuvieron que volver a encarpetar ante la reacción de repulsa que se expresó de inmediato. Este año, con la participación activa de Rodríguez Larreta, empezaron varios meses antes unas refacciones de la Plaza que no terminan nunca y que los llevaron a levantar las baldosas con el símbolo de los pañuelos. Cada vez que lo intentaron, les redoblamos la apuesta. Por cada baldosa levantada, los pañuelos blancos se multiplicaron por 10. Son síntomas de que el macrismo intuye que la persistencia del símbolo es una barrera real para sus planes.
La densidad histórica del símbolo es fastidio y advertencia para las clases dominantes que apoyaron en 1976 a la dictadura y hoy al macrismo.
Esta imagen, las fuerzas de seguridad tapando denodadamente los pañuelos pintados en todas partes, indica que no van poder borrar lo que quieren. No lo soportan y les jode, tienen lazos visibles con la dictadura. Lo demuestran con sus actos, aunque lo nieguen con la boca.