por Lidia Ferrari
Los productos del cine y la televisión se modifican, pero el cambio actual más importante es la manera en la cual tenemos acceso a ellos, correlativa a cómo se nos presentan las “cosas” en el mundo. Cada vez más se elimina la intermediación entre nosotros y las cosas del mundo, si es que sigue siendo posible delimitar esta separación.
Existe una clara diferencia entre ver una película que dura dos horas en el cine y la posibilidad de ver 15 horas seguidas al adicto de una serie favorita. Lo que lo hace posible es el dispositivo tecnológico que le permite a alguien obtener de manera inmediata el objeto que anhela. Comprando los DVD o abonándose a una proveedora como Netflix puede elegir (o cree que está eligiendo) ver lo que quiere y cuando quiere, sin mediación alguna. ¿Qué es lo que se juega en esta inmediatez de acceso al objeto? En primer lugar, habría una relación más directa entre ese ser hablante y el objeto de su deseo. ¿Podemos caracterizar a este objeto (una serie, un film) como un objeto de deseo? La misma película o serie puede oscilar entre ser algo deseable o transformarse en un objeto de la compulsión. Ahora bien, el sujeto está inerme frente a esta capacidad tecnológica puesta a su servicio. Inerme en tanto la pulsación temporal necesaria para que haya un espacio entre el deseo y su objeto se elimina o se dilata; espacio que debe soportar un vacío para sostener precisamente su estatuto de deseo. El objeto se presenta de tal manera que no aparece una escansión entre el sujeto y el objeto. De allí que alguien no estará sólo determinado por su estructura y su posición subjetiva, sino que sufrirá la impronta del acceso directo al recurso tecnológico. Así es que podemos pensar que esta tecnología fomenta la producción de un sujeto compulsivo. Ahora bien, este sujeto se encuentra inerme frente a los dispositivos tecnológicos. Una de las pocas operaciones con que puede responder a este carácter invasivo de lo tecnológico es la abstinencia. Así, en la abstinencia, dar lugar a la separación con ese objeto de goce.
¿Cuál sería una pérdida infringida con este nuevo sistema de consumo ilimitado de series en el living de la casa, a la medida del consumidor (una de las ficciones que ofrecen es esta idea de “a medida del consumidor”)?
La pérdida del «rendez-vous». Se pierde la cita en un tiempo establecido por el Otro. Durante un tiempo esperaba con anhelo la cita de los domingos a las 19:30 de la serie Columbo o la de los sábados la tarde con el Inspector Morse. Había allí la promesa de un encuentro con algo o alguien que no me había faltado “en sí”, sino que había producido la falta de ese “rendez-vous”.
Era el momento donde mi fantasma se tomaba una pausa y se dejaba conducir por los fantasmas que creaba el film. En la actualidad falta el momento en el que uno “se hace la película”. Ya no te hacés ninguna película, pues las encontrás hechas y, con su potencia tecnológica, se imponen. La cita con Columbo era promesa de un momento de reclusión en la intimidad de la casa, con ese personaje con el cual convivir una experiencia de hora y media para luego seguir con la vida cotidiana, es decir, recuperar los propios fantasmas y la propia realidad. Este rendez-vous suponía que entre el sumergirme en los fantasmas que me propone la serie y yo había un tiempo de espera, un tiempo de deseo, un tiempo para que se reconstituyan las ganas.
No sólo se trata de una diferencia en la cantidad del tiempo cronometrado. El estatuto de esa temporalidad es bien diferente, porque esperando al Inspector Morse algo se impone del lado del Otro que me barra en tanto me obliga a esperar. Esa condición estructural de la cita es la que me alivia de la posibilidad de sumergirme en un goce sin límite alguno.
La satisfacción de ver el film en el día y hora en que se da en el cine y no en cualquier momento proviene del encontrarse con una ficción en la cual entro y también salgo a una hora determinada. Es una satisfacción ligada al principio del placer que empieza y termina en esa cita, que precisamente porque termina me hace desear volver a tenerla. Cuando puedo ver la serie en cualquier momento, las ganas se opacan. No hay la pulsación temporal del deseo como insatisfecho.
Estas posibilidades tecnológicas no tienen acceso directo a la singularidad inconsciente del sujeto sino que lo interceptan, le imponen tiempos que incidirán en sus síntomas y por qué no, en sus fantasmas. Será un sujeto permanentemente interceptado por fantasmas de formato establecido. Formato que también engaña cuando impone series y películas que “denuncian” este mismo formato. La crítica a estos dispositivos está presente en el contenido de muchas series y películas. Se trata de una reflexión crítica seguramente pensada para captar a todo el espectro del público, es decir, también dirigida a personas esclarecidas y críticas del sistema. Pero el problema no es el contenido de la serie o película, pues su potencia radica en el formato que anula la experiencia de la distancia con el objeto de goce.
El rendez-vous con Columbo [1] se aproxima a la experiencia del ritual. Adolecemos de rituales colectivos que nos convoquen desde ese Otro que nos podría llamar periódicamente a una reunión para restablecer el sentido de nuestros lazos.
El ritual de la sala de cine y de la serie semanal conservan el estatuto de ese lugar en el cual nos sumergimos en una experiencia virtual ficcional, pero lo hacemos de modo acotado.
En la maratón de series, ese atracón sin parar, el objeto puede devorar al sujeto [2]. Como en toda ficción, uno se sumerge en el relato que le oferta la identificación con los héroes y personajes para olvidarse por un rato quién es, para jugar a ser otro. Pero si se trata de un atracón de 15 horas, la separación entre ese objeto virtual y el sujeto se aplaza tanto que podríamos preguntarnos cómo se recupera el sujeto después.
La ficción es uno de los más ancestrales modos de huida de los propios fantasmas neuróticos y también de la realidad que angustia. Pero con el atracón de series aparece una manera de ser otro que no nos obliga a retornar a la realidad. Quizá algo similar a las experiencias terapéuticas del siglo xix donde se proponían curas de sueños que podían durar días, esto es, escapar a los propios fantasmas productores de sufrimiento y reposar de ellos por bastante tiempo, ininterrumpidamente. Una pregunta permanece: ¿qué es lo que resta del sujeto cuando está inmerso en estas ofertas fantasmáticas intensivas y sin cortes?
Estas reflexiones se entrecruzan con algo que dice Jorge Alemán [3] en una entrevista donde preconiza practicar el ascetismo, pues frente a lo esperpéntico de la manipulación mediática debemos hacer un ejercicio de renuncia, nos dice, para poder sustraernos a ella. Creo que hay otras renuncias que podemos y debemos realizar. Cristian Salmon habla de cómo miles de jóvenes indios quieren ser empleados de call centers para clientes de Inglaterra y Estados Unidos, porque su modelo identitario son los yanquis o ingleses, aunque nunca hayan estado en esos países. Una de las formas por las cuales se produce esta identificación es, dice Salmon, a través de las series. Considero que no sólo los jóvenes de los call centers de la India están siendo intervenidos por las series. Creo que una gran parte del mundo está bajo la misma influencia. Me temo que Netflix sea una de las caras visibles de esa operación. De hecho, en los nuevos televisores “smart”, el control remoto tiene un botón central que dice Netflix.
Vengo pensando sobre estos nuevos formatos tecnológicos desde hace tiempo. Pensando en la posibilidad de resistir a través de la abstinencia, recordé que mi amigo Acho Manzi, durante varios años, me enviaba sus mails con una frase como firma final: "vivir es aprender a abstenerse". Nunca la entendí y no sé por qué nunca le pregunté la razón de esa frase. Creo que hoy es una frase iluminante para mí, porque se trata de preservar la vida y nuestros singulares fantasmas vitales en esa abstinencia.
NOTAS
[1] Podemos poner como ejemplo cualquier otra serie de la televisión. Esta es muy antigua, por cierto. Sin embargo, aún hoy se retransmite en la televisión italiana y francesa.
[2] Sabemos que el sujeto dividido del psicoanálisis dificulta pensar esta tajante separación entre sujeto y objeto, pero la operación de separación es necesaria para producir la posibilidad de la propia pérdida para el Otro.
[3] ¿Cómo no volvernos locos? –le pregunta Cynthia García a Jorge Alemán y J. A. responde: “Tenemos que hacer un ejercicio de renuncia para nosotros mismos y por ejemplo no seguir escuchando tonterías, no prestarnos y condescender a ser parte de las tonterías que se pronuncian. Hay que hacer como un ejercicio de ascetismo, de estudio, de trabajo, de sostener las experiencias que valgan la pena, de prestar atención a aquellos discursos que necesitamos más que nunca sostener, de sostener a todos los compañeros y compañeras que están trabajando por transmitir otra cosa, es decir, no hay que prestarse al baile esperpéntico que está organizando la corporación mediática en este momento. Esa sustracción me parece importantísima”.