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Un juez de provincia dejó en bolas a los más fuertes

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El día de ayer puede tomarse como una condensación del acelerado deterioro político del gobierno macrista. El comienzo de la debacle puede fecharse en su mala lectura del más que auspicioso resultado que el régimen obtuvo en las elecciones de medio término. Pensaban que, como aprobaron el test de la mitad del mandato, habían logrado superar las dudas que siempre despierta la gobernabilidad de una gestión no peronista. Supusieron que endureciéndose y abriendo decenas de conflictos simultáneos, multiplicando los adversarios -ya no solo Cristina o los "ultraK", sino el sindicalismo, los empleados públicos, los docentes, los artistas, los científicos-, iban a salir fortalecidos, lo que no está verificándose.

Hace un año el macrismo se entusiasmaba con un tránsito sencillo hacia su reelección. Hoy ese objetivo parece lejano y esta grave crisis política que hoy padece no se debe a una dura oposición partidaria (que no la tuvo) sino a una asombrosa sucesión de errores políticos. Su principal error es subestimar la resistencia social: no la política, ni la sindical, ni la periodística, más fácilmente apretables, sino la base social, incluso su propia base social.

¿Cuándo comenzó a joderse el macrismo? 

Quiero aclarar que no estoy evaluando sus resultados por el bienestar que sería capaz de llevar a la población, ni por la prosperidad de la economía nacional o por las perspectivas auspiciosas de cara al futuro; ni siquiera por el cumplimiento de sus promesas de campaña. En cualquiera de estos rubros podría saberse antes de que asumiera que el macrismo sería nefasto. Propongo acá hacer una evaluación más técnica, en sus propios términos: su capacidad para asegurar la gobernabilidad, para mantener o acrecentar el capital político que ganaron con su triunfo electoral e, incluso, como objetivo de máxima: para fundar un partido de derecha con perdurabilidad electoral, con el mínimo de represión posible. Es en este plano donde el macrismo resulta más fracasado.

Había un par de motivos para pensar que macri gobernaría con cierta comodidad: el férreo alineamiento de las clases dominantes locales y el auspicio del poder financiero internacional que aborrece del kirchnerismo, por un lado; y la crisis política en que quedó sumido el peronismo/kirchnerismo después de varias derrotas electorales consecutivas. Pero por más poder de facto que un proyecto político aglutine y por más debilitado que se muestre ocasionalmente su adversario, hay otras condiciones que se requieren para el éxito de ese proyecto. Una es la inteligencia para alcanzar sus objetivos y otra las condiciones externas propicias.  La virtud y la fortuna. 

Sin embargo, hay que decir que la adversidad puede convertirse en una prueba que la inteligencia debe sortear. El kirchnerismo gobernó el país 12 años en condiciones de vulnerabilidad permanente y Cristina terminó el último día de su mandato sin defraudar a su base social -la clave de su tan mentado "núcleo duro"-, sin crisis de gobernabilidad, sin represión de las protestas y ejerciendo el poder político -que es solo una parte del poder- en su plenitud. La famosa plaza llena del 9 de diciembre de 2015. Esa plaza cifraba el secreto de las dificultades futuras del macrismo, porque el kirchnerismo tuvo un logro principal en sus tres mandatos: dejó al pueblo con un alto grado de organización y una memoria persistente del bienestar, dos factores con los que el macrismo tiene que medirse continuamente. El nuevo régimen trató de contrarrestar estas desventajas con la ayuda aplastante de los medios corporativos y el establishment judicial, que usaron todo su poder de fuego no tanto al servicio del macrismo sino para lograr la ruina del kirchnerismo y la desarticulación del peronismo. El macrismo osciló entre destruir al kirchnerismo y aniquilar al peronismo. A medida que su gestión se complicaba, optó por lo segundo, dándole de esta manera un aire extra al krichnerismo, el único peronismo posible a esta altura del siglo xxi.

Lo que más desconcierta del macrismo es su falta de inteligencia para aprovechar sus ventajas concedidas y la rapidez con la que está licuando su capital político. En sus mejores momentos, el régimen se mostró astuto para sacar ventajas ocasionales, sobre todo para que sus funcionarios favorezcan sus intereses privados. Y un terrible poder de daño para comprometer el futuro nacional. Este poder dañino es el único rubro en el que el macrismo podrá considerarse exitoso. Los futuros gobiernos, incluso si fueran de su mismo signo, encontrarán una situación socioeconómica desastrosa y un deterioro institucional muy difícil de reparar.

Si juzgamos su gestión en términos de éxito/fracaso político, lo que puede confundir es que en su primer período lograron esa gobernabilidad que siempre se duda que un gobierno no peronista pueda obtener. El macrismo gobernó los primeros dos años sin sobresaltos y eso se expresó en las elecciones de medio término. Pero macri evaluó erróneamente que esa victoria electoral lo habilitaba para mostrar desembozadamente su auténtica naturaleza. 

El primer acto de ese desvelamiento fue la reforma previsional de diciembre pasado, un duro golpe para una parte decisiva de su electorado: los jubilados. En un solo día los síntomas del desbarajuste se manifestaron con una velocidad sorprendente para todos. Una manifestación de los sectores organizados de la oposición a la tarde, duramente reprimida y muy operada desde los medios, fue seguida por una manifestación espontánea nocturna, protagonizada por sectores espontaneístas. Lo reprimido volvió. Esa articulación de la movilización organizada y la espontánea en un solo día desnudó los límites del esquema oficial. ¿Fue el más grave error político del macrismo no saber leer las señales de esa sociedad que repentinamente manifestaba un hartazgo inesperado? A partir de esa jornada, macri y sus principales funcionarios ya no pudieron mostrarse en la calle sin recibir sonoros repudios. Ahí empezó a cantarse el hit del verano. El gobierno creyó sin lucidez que, acentuando el endurecimiento, la intransigencia política, la brutalidad represiva y el blindaje mediático, podría torcer la adversidad que empezaba a manifestársele. Sobreactuó una autoridad que no tenía.

Ese endurecimiento podría denominarse el "esquema Marcos Peña" de gobierno: antiperonismo, operaciones mediáticas, acosos judiciales, apriete a jueces y periodistas indóciles, manipulación de las redes sociales y represión acotada contra la oposición organizada. Esta fórmula es la que en estos días está caducando. Parece tarde para que macri cambie, aunque todo el establishment nacional e internacional -Clarín, La Nación, la Rural, la AEA, el FMI, Trump- haga ingentes esfuerzos para sostenerlo.

Lo que se está rompiendo ahora es la cohesión interna del oficialismo. La Carrió volvió a hablar de la naturaleza mafiosa de la fortuna macrista, como lo hacía antes de unirse a ellos para derrotar al peronismo. Sigue apoyando a macri incluso cuando en sus declaraciones lo demuele. Los radicales están inquietándose porque recuerdan sus propias debacles y empiezan a oler un fin de ciclo. El sector colaboracionista de los peronismos provinciales y de la burocracia sindical -¡el ex-Triunvigato!- ya evalúan la desventaja de situarse cerca de un poder declinante. La ancha avenida del medio se le angosta rápido al massismo y a los periodistas coreanos del centro. 

Las encuestas miden la creciente impopularidad de macri y el bajón alcanza a su figurita preferida, Mariu. El poder financiero internacional tiene cada vez más dudas sobre la capacidad del régimen  cumplir con los acuerdos en negociación. Las discrepancias internas entre macri/peña y el llamado "sector político" del PRO puro -Vidal, Larreta, Frigerio, Monzó- son ya inocultables. Vidal se distancia para no quedar salpicada por la caída de macri y Clarín ensaya si conviene más inflar su figura o la de Massa.  Los medios ultraoficialistas calculan la mejor manera de que el deterioro de macri no afecte su credibilidad y sus negocios.

En este clima político, un juez de garantías bonaerense esperó el horario de los noticieros de la noche para apuntar contra todos los muñecos juntos: denunció aprietes oficiales, mencionó explícitamente al Procurador Conte Grand (familiar de Majul y funcionario de Vidal), puso en evidencia a Clarín, La Nación, Lanata, Majul, Feinman y Ventura como chantajistas, en vivo y en directo y por sus propias pantallas. El juez Carzoglio se la está jugando, su futuro se ve amenazado por seguros escraches mediáticos, carpetazos, intentos de remoción: tocó intereses muy fuertes. 

Pero el síntoma más impresionante de su gesto político es haber hablado en nombre de tantos  otros funcionarios judiciales apretados en estos tres años. Su palabra cortante transmitida en cadena nacional, cuando la máquina de la posverdad esperaba en vano algún desliz que pudiera ser tergiversado para hacer una cortina de humo, es un signo de que al macrismo ahora se le empiezan a animar funcionarios de segunda línea. Clarín, La Nación, Lanata, Majul podrán empeñarse desde hoy en demoler su buen nombre y honor. 

La pelea es tan desigual que se convierte en una demostración de debilidad de los más fuertes.

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