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"Si los analistas políticos están concentrados en analizar a la derecha, yo quiero analizar lo mejor que hemos producido: el militante"

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Conversación con Damián Selci, autor de Teoría de la militancia en La otra.-radio del domingo pasado
Audio de la primera parte de la conversación, clickeandoacá
Segunda parte de la conversación, clickear acá



Fotografías: Cc By-NC-nd 4.0-M.A.F.I.A

"En Latinoamérica hubo en la década anterior experiencias populistas, muchas de las cuales se interrumpieron -nos decía Damián Selci en nuestra conversación en La otra.-radio del domingo pasado, cuando hablábamos de su libro recientemente aparecido-. Si la teoría del populismo de Ernesto Laclau permitió explicar el éxito de estos gobiernos, las fallas de las experiencias populistas deberían ser también fallas en esa teoría. Esa es la idea que me lleva a escribir Teoría de la militancia, para problematizar la noción de demanda tal como la piensa Laclau en la constitución de los populismos" .

- Según sostenés en tu libro -acoto-, Laclau plantea un antagonismo no dialéctico. En el antagonismo pueblo-oligarquía, el enemigo permanece como puramente externo y el pueblo no interioriza el antagonismo. Se comporta como una sustancia idéntica a sí misma. La oligarquía va a ser siempre la oligarquía y el pueblo va a ser siempre idéntico a sí mismo, constituido a partir de una articulación de demandas insatisfechas. En esa identidad de cada uno consigo mismo, permanecen como entidades metafísicas, como si fuera una oposición entre el bien y el mal.

- En la teoría populista de Laclau -dice Selci-, la oligarquía es para el pueblo un parásito que vive a costa del pueblo, son los de arriba, los especuladores, no importa quién ocupe el lugar de la oligarquía. Si tomáramos al nazismo como una construcción política populista, y tal vez se puede hacer esta caracterización, ahí el lugar de la oligarquía lo ocupan los judíos. Lo que a mí me llama la atención en este planteo es que en todos los casos el pueblo queda en una posición demasiado pasiva y demasiado inocente. Paradójicamente, el pueblo, en cuanto se constituye como sujeto en la teoría de Laclau, queda sustancializado, es decir sin ninguna división interna, por lo menos en el plano teórico, cuando justamente había sido producto de una articulación de demandas muy distintas entre sí. Laclau es un constructivista que se propone eludir la sustancialización del sujeto-pueblo. Pero a partir  de que se constituye como pueblo, a posteriori, se termina postulando como una entidad no contradictoria, cuyo único antagonismo sería contra la oligarquía. Esto hace que el pueblo en la teoría del populismo jamás podría interiorizar el conflicto. Eso no es lo que vivimos nosotros en Argentina o en Latinoamérica. Es al revés, una vez que se logró plantear el antagonismo entre el pueblo y la oligarquía es que se dividió el campo del pueblo y apareció un conflicto entre las demandas.

Selci ejemplifica con sectores que, después de la emergencia del antagonismo con la 125, aparecieron demandando por la inseguridad, la compra de dólares, el mínimo no imponible, demandas que no son todas conciliables en un mismo campo popular sin asumir su carácter contradictorio. Demandas que fueron atizadas por la derecha.

"En mi propia experiencia -dice Selci-, lo que explota el antagonismo en Argentina es la crisis de la 125 en 2008. Con la constitución de ese antagonismo, se produce una división entre una parte que se politiza y otra parte del pueblo que no lo hace. Hay quienes insisten en el antagonismo y se politizan y otros que se quedan en la demanda insatisfecha, los cualunquistas. Ahí aparece una interiorización del antagonismo en el campo del pueblo".

Selci sostiene que su libro es una fenomenología de la conciencia política, el recorrido que hace hasta completar una experiencia en la que los antagonismos exteriores se convierten en contradicciones internas. Su tesis de autor es que es bueno que esto pase, porque así el pueblo sale de la postura demandante y asume una postura responsable. Entonces vuelve a ser pensable algo así como el poder popular, el poder de hacerse cargo del conflicto y no simplemente permanecer idéntico en la posición demandante. El poder popular no es sustancial sino de una vitalidad agónica, es decir: de lucha.

Sin la lectura completa del libro, este tramo de la conversación con Selci podría interpretarse como una dura impugnación de la teoría del populismo de Laclau. Sin embargo, no es esta la idea cuando se lee el libro completo. Selci considera que la importancia de la formulación de Laclau es crucial en las experiencias populistas de principios del nuevo siglo. Vino a vitalizar una discusión que se había cristalizado en el campo de la izquierda clásica. Pero una vez que la dinámica política expuso la materialización del populismo, quedaron por eso mismo expuestas sus fallas, no solo políticas sino a la vez teóricas. La interiorización del antagonismo aparece no en el desarrollo teórico interno de Laclau sino explícitamente en su controversia con Sizek: así lo plantea Teoría de la militancia.

Mi experiencia de lectura del libro es que se funda en una doble génesis. Hay una discusión teórica que lo precede, la citada controversia entre Laclau y Sizek, cuyos conceptos remiten a posiciones previas: Hegel, Marx, Lenin, Adorno, Mao, Lacan, Deleuze, Badiou son  personajes de un drama que Selci plantea en la primera parte del libro, en un notable esfuerzo para exponer discusiones muy arduas con la mayor claridad y precisión posibles, sin simplificar estos conceptos. Se trata de una puesta al día de una discusión de la filosofía política cuya tradición nos remite por lo menos a la modernidad. Este drama se encamina en el resto del libro a hacer emerger su auténtico protagonista, no para formular una nueva teoría del Pueblo como sujeto, tema que abunda en la bibliografía política previa, sino para trazar los rasgos de la figura que falta pensar una vez que la conciencia politizada hizo el movimiento de interiorizar la contradicción y hacerse cargo de la inconsistencia del mundo y del mismo pueblo: el militante.

El otro elemento que está en la génesis del planteo de Selci no es teórico, sino histórico, generacional y existencial. En 2008 irrumpió en Argentina de manera inesperada un antagonismo que operaba subterráneamente en la historia nacional. El conflicto popular con los intereses oligárquicos no fue inventado por el kirchnerismo. Una falla de cálculo, quizá la misma dinámica material del populismo, lo repuso en un primer plano, rompiendo con la "normalidad" postdictatorial. Desde entonces, esta lucha dejó de ser una mera curiosidad historiográfica y pasó a operar con fuerza en la vida cotidiana, en nuestras decisiones y en nuestras relaciones personales. 

[Esa incidencia práctica apremiante es lo que saca de quicio a la derecha gorila (estos son términos míos, no de Selci ni de Laclau): eso es lo que al kirchnerismo no se le perdona. Para decirlo con palabras mediáticas actuales, el "peronismo perdonable" o "peronismo racional" es el sector cualunquizante que aspira a retrotraer al pueblo a un estadío meramente demandante. El pueblo demandante es el que nunca puede gobernar. Para asumir el poder hay que desechar la posición infinitamente insatisfecha de la demanda. Una demanda satisfecha desaparece como tal. Para permanecer en la posición demandante hay que perderse en los senderos infinitos de la insatisfacción irresponsable que pide todo -aún lo incompatible- de un modo pueril. Con estas claves habría que entender el último discurso de Cristina el 9 de diciembre de 2015 sobre el empoderamiento. Lamentablemente no falta tampoco una especie de cualunquismo kirchnerista (fin de la nota del editor)]. 

La fase de la politización requiere un momento singular: la interiorización de la contradicción, el "hacerse cargo" de la lucha supone una decisión del singular. No puedo esperar que los otros, todos a la vez, o paulatinamente, interioricen las contradicciones que subsisten en el campo popular. No es un mero devenir dictado por la lógica inmanente del concepto -y es ahí donde pienso que una vuelta a Hegel no es suficiente para dar cuenta de este movimiento-. Nadie va a hacerse cargo de interiorizar la inconsistencia del mundo y las contradicciones en el campo del pueblo si yo no lo hago. Extremando el planteo, soy el único responsable de esta falla. Y es mi propia angustia la que puede posibilitar esta decisión (¿les suena?), si es que no sucumbo a la parálisis privada o a la comodidad vociferante de las demandas. Tanto la parálisis pequeño-burguesa ante los avances de la derecha como el circuito infinito del demandante que asume que su ejercicio de la ciudadanía consiste en plantarse frente a las cámaras que le pone la televisión para indignarse al grito de ¡Justicia! ante el primer caso de "inseguridad" son tácticas para esquivar los antagonismos como una responsabilidad propia, posiciones desesperadas e impotentes. Si yo espero que vos te hagas cargo primero del antagonismo y vos actuás en espejo y esperás que me haga cargo yo... ¡nadie se hace cargo! En la emergencia de la conciencia militante -efecto espiritual del populismo, según las  palabras de Selci- el militante se dice: "yo soy el único responsable" (esto es agregado mío). Esto no  implica hacer ninguna impugnación de la tarea colectiva, porque el encuentro colectivo se constituye solo cuando a partir de mi propia decisión soy capaz de encontrarme con otros, que a su vez han tomado una decisión similar. Si no lo hago, por más que el colectivo se constituya, lo más probable es que yo quede del lado de los cualunquistas demandantes. Para algo puede terminar sirviendo la angustia, esa "intensidad" que el cinismo postmoderno desprecia: para interiorizar el conflicto.

Hebe y Amado: ES Fotografía.

Contra ese desdén neo-cualunquista que denigra con sorna a los "politizados intensos" está escrita esta verdadera reivindicación de la militancia que constituye esta Teoría de la militancia de Selci. Dice el autor:

"Este libro lo que busca es dignificar, prestigiar la actividad militante, que es una de las más estigmatizadas de todas, y una forma de darle una cobertura política es la teorización. Es lo que hizo Laclau con el concepto de "populismo", que era un agravio y él lo convirtió en un concepto, que te puede gustar más o menos, pero como es un concepto es más difícil combatirlo. El proceso que se detalla en mi libro es la asunción de la lucha. Cuando uno va asumiendo que hay algo que hacer, se sale de una postura más contemplativa y se pasa a la práctica, eso produce transformaciones en las personas. Lo que yo no encontraba es que nadie hablara de lo que le ocurre a una persona cuando se politiza. La producción intelectual contemporánea está volcada masivamente a tratar de entender a la derecha, ver por qué pasó lo de Bolsonaro, quién es Trump, por qué macri ganó las elecciones. Temas interesantes, por supuesto, pero el analisis del enemigo puede tener un efecto que a algunos los desmoraliza mucho. Someterse y entregarse pacientemente a la lectura permanente de la habilidad del enemigo solo lo pueden hacer cuadros políticos con una enorme capacidad de resistencia. Normalmente, un académico que estudia el bolsonarismo en Brasil, por ejemplo, está muy desprotegido para no desmoralizarse. Tiene que protegerse mucho para que el análisis del enemigo no termine dañándolo. Uno siempre está sometido a las palabras ajenas, que tienen un poder sobre nosotros. Por esa razón es que yo al final del libro defino al cuadro político como el que nunca es doblegado por la palabra enemiga".

- En estos años estuvimos leyendo innumerables textos sobre las destrezas de la derecha -digo- escritos con una admiración malsana o soterrada, que intentan convencernos de su superioridad política, lo que quiere producirnos una angustia paralizante.

- Claro, -dice Selci- ese diagnóstico ya muchas personas lo compartimos, el asunto es cómo contrarrestarlos. Y el mejor modo de contrarrestar esto es cambiar completamente el eje. Si los analistas políticos están concentrados en analizar a la derecha, yo quiero analizar al militante. Con lo único que se puede enfrentar el avance neofascista que está ocurriendo en el mundo y en Latinoamérica es con la figura del militante. No va a ser con el analista político. Lo fundamental es la figura subjetiva que le vamos a contraponer a Bolsonaro o a la mano dura de Bullrich ¿En qué vamos a invertir el tiempo? Porque el tiempo es escaso. Entonces ¿de qué vamos a hablar ahora? Me pareció que había que dejar un poco de hablar de la derecha y más de nosotros. ¿Qué es mejor que una militante feminista, sindical, político, territorial, universitario, estudiantil? Es un producto de lo más civilizado que tenemos. Alguien tiene que decir que esta gente trabaja por los demás, que piensa colectivamente, es gente muy valiosa. En lugar de eso, lo que tenemos es la estigmatización de la militancia por el lado de la derecha. Y gente como José Natanson y otros que se le parecen están también estigmatizando todo el día la figura del militante. No tiene sentido que cada vez que Natanson escribe una nota contra la militancia alguien salga a responderle, cosa que pasa regularmente. No basta con decirle "no" a los que critican a la militancia, sino que hay que decirle "sí" a la militancia. Y para eso hay que construir conceptos que resistan el rigor filosófico actual y por consiguiente no puedan ser doblegados fácilmente por estos periodistas cancheros, hipsters que nos atacan con sus certezas de cuarta categoría.


Esto es solo una parte de la riquísima conversación que mantuvimos con Damián Selci el domingo en la radio, como invitación a leer su libro. La primera parte se escucha acá. La segunda acá.

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