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La putrefacción

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La descomposición política del macrismo hiede por todas partes. Quizás el problema de los sistemas que se proponen un dominio minucioso de la sociedad sea que su voluntad de poder monolítica no puede adaptarse a los sacudones de lo real y, en lugar de moldearse ante nuevos desafíos, se descomponen aceleradamente. El estallido del caso D'Alesio no es la causa sino una de las manifestaciones de esta putrefacción. La cantidad de evidencias empíricas de los métodos terroristas con que en el último lustro se pretendió disciplinar a la sociedad quizás haya aparecido por una lucha de facciones de los diversos servicios paraestatales y trasnacionales. Quizás el  ciudadano Etchebest no fuera capaz de descorrer ese velo por una iniciativa personal. Quizás los servicios se desmadraron. El derrame copioso de pruebas de los procedimientos extorsivos combinados de tribunales y medios solo sería consecuencia de una falla anterior. El material que D'Alesio guardaba tal vez se haya dado a conocer siguiendo las mismas lógicas con que cotidianamente se adormece a la población, solo que esta vez lo que aparece son las pruebas del propio funcionamienro del sistema, por un proceso de aceleración autodestructivo: porque el sistema mismo está colapsando. En ese caso, el macrismo se cuece en su tinta.

El macrismo llegó al poder a través de un largo camino que se remonta a la patria contratista, la marquetización del fútbol y el sistema de extorsión y espionaje ya implementado en el gobierno de la ciudad desde 2007. En 2015 asistimos a su generalización abrumadora. Ya no solo funciona para hacer negocios ilegales con las cloacas o con los barrabravas de Boca o para espiar a los cuñados de la famiglia. Hace cuatro años están en todas partes y a toda hora. Se filtran en la vida privada a través de las pantallas de celulares y televisores, interactúan con los usuarios de las redes, extrayéndoles información e inyectándoles mentiras en dosis tóxicas. Durante un tiempo, la desmesura de la máquina da la sensación de que es imposible que se filtre lo real. Pero todo sistema tiende hacia su desorganización y cuanto más afiatado parece, más ruidosa es su ruptura. Como esos circuitos que se embalan hasta terminar quemándose. Así estamos viendo quemarse al macrismo.

En los programas de televisión que el sistema usó para abombar a la población, hoy vemos cómo los gestos de sus participantes empiezan a desencajarse. Pongan América 24, Intratables, Animales Sueltos y van a ver un show de desintetegración. Su sorprendente desquicio se acopla al que se produce entre los miembros de la coalición electoral, las variables económicas, la impotencia de la propaganda para disimular el desbande, el disloque discursivo de sus voceros, la dura gestualidad de sus caras visibles. Es un fracaso tan hondo que vuelve inviable incluso un gobierno cambiemita triunfante. Quizás sea su voluntad arrastrar al país en su propio colapso. La derecha cebada en el poder mantiene una temible capacidad de daño de la que ninguno de nosotros puede considerarse a salvo. Pero a la vez, su desmesura la lleva a toparse contra su propia impotencia.

La calle se les vuelve hostil en proporción directa al control monolítico de las pantallas. En cierto modo debemos agradecerles la celeridad que le imprimieron a la usura de sus recursos. Así mostraron qué son y hasta dónde llegan. Despertaron una resistencia inorgánica, dispersa, difìcil de manejar.

Cuando se leen hoy los textos escritos y visuales que la derecha produce, sean los reflexivos como los de Carlos Pagni, Eduardo Fidanza o Francisco Olivera en La Nación, sean los más rústicos que encarnan Fantino, Majul o Leuco en la tele, en todos ellos se filtran ráfagas de desconcierto, como si la derecha recién ahora captara los límites de su potencia.

Cambiemos surgió en la Argentina de una crisis de representación, a principios de siglo. Fue una de las vías por las que se canalizó la debacle de 2001. La otra es el kirchnerismo. La grieta no es honda por una impostación artificial, como nos quieren hacer creer los analistas del medio. El kirchnerismo y el macrismo se oponen con fuerza inconciliable porque son bifurcaciones de una misma crisis. Lo que cruje es la vida de derecha postdictatorial vivida como normalidad contemporánea. 

La singularidad argentina reside en que hubo dos maneras y no solo una de atravesar el nihilismo de esta era. Una de ellas se apoya en tradiciones sociales y culturales muy arraigadas. Esa persistencia es lo que el macrismo aborrece como los 70 años malditos. Solo que no se puede maldecir ni borrar un tramo de la historia en el que cabe una vida completa. Se hizo desaparecer a 30 mil, pero no se puede hacer desaparecer una experiencia que incluye resistencia y recuerdo. La sociedad argentina no se adecua a la normalización mundial porque un sector considerable de su población supo aprender algo de sus catástrofes. 

El macrismo se revela más inepto, más destartalado y grotesco que la revolución fusiladora o el proceso de reorganización nacional. Quisieron presentarse como la  postmodernidad liviana, como una revolución de la alegría, pero hoy solo pueden apostar todos sus empeños a la desdicha. Necesitan que millones de personas se resignen a sufrir. Cambiaron las figuras históricas de los billetes por animalitos, quizás sin percibir todas las consecuencias de ese retroceso simbólico de la escala zoológica. Oscurecieron el perfil de Evita en el edificio que puede verse desde las dos puntas de la 9 de julio, sin advertir que el oscurecimiento es un  énfasis de temor. ¡Le tienen miedo a esa mujer! Es curiosa la certeza que le otorgaron al borramiento como método. No solo se muestran prefreudianos sino hasta precristianos. Nunca se detuvieron a pensar en la extraña fuerza del In hoc signo vinces.

Esta ignorancia no es curiosa en macri, pero es llamativa en los tecnólogos de la dominación que lo apuntalan. Quizás haya sido el macrismo el rostro de esta debacle porque la crisis del capitalismo solo puede producir esperpentos.

¿Funcionará, no obstante estas fallas expuestas, el disciplinamiento la sociedad argentina? Nuestra singular resistencia ¿será la última prueba de la licuación neoliberal o la semilla de lo que viene?

Ilustración: Carmen Cuervo

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