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Leaving Neverland

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En mi primera participación de la temporada 2019 de Patologías Culturales (FM La Tribu, 88,7, sábados 18:00) conversé con Maxi Diomedi sobre Leaving Neverland, el documental de HBO sobre los casos de abuso sexual de los que se acusa a Michael Jackson. Además hablamos del inolvidable paso de Paul McCartney por BsAs, su cuarta actuación y tal vez la mejor en nuestro país. De la relevancia que adquiere el estreno de una película como Atenas de César González. Y de la inminente edición de un BAFICI devaluado. Todo eso en poco más de 30 minutos.





El interés artístico de Leaving Neverland, el documental de casi cuatro horas dirigido por Dan Reed y producido por HBO, es casi nulo. Su factura formal es de lo más convencional y apela a todos los trucos de manipulación sentimental que pueden esperarse de un programa de la televisión yanqui del género "escándalos de celebridades". Como narra casos de abusos sexuales practicados por un hombre muy famoso, nada menos que el Rey del Pop, cabe esperarse una retórica grave y cauta, por más que el contenido de los testimonios es todo lo escabroso que pueda permitirse. Las víctimas de los abusos cometidos por Michael Jackson, que ahora son adultos y vivieron sus experiencias traumáticas siendo niños, varias décadas atrás, cuentan con detalles sumamente explícitos el tipo de prácticas sexuales a las que Michael los sometía. Eso dota al documental de un alto morbo; pero a la vez, todo es narrado entre planos aéreos filmados en vuelos rasantes por las carreteras luminosas de Los Angeles, sobrevuelos de Neverland, el Xanadu de Jacskon, un tono sobrio y contenido en los testimonios y una música recatada que baja el voltaje de lo que se está narrando. Es decir: la combinación exacta de recato y explicitud que ponga a salvo al producto de posibles objeciones de regodeo en los detalles de los abusos infantiles: los abusos se cuentan pormenorizadamente pero a la vez con un tono que asegura que el punto de vista los reprueba.

El recurso a los testimonios de las víctimas directas propicia que el espectador se ponga en el lugar del juez que tendrá que decidir si Jackson era un abusador, si las familias de los chicos consintieron estos horrores aunque sea por descuido o si los testimonios son veraces. Los mecanismos de identificación que este documental pone en marcha son para el cine y la tele norteamericanos como la fórmula de la coca cola: un producto irresistible, que se supone que todos quieren saborear.

Personalmente, no me interesan las películas que proponen que el espectador se ponga en lugar del juez que dictamina si alguien es inocente o culpable, cualquiera sea el caso que narra. Para juzgar están los jueces, y las leyes dicen qué es un delito y que pena merece. El fiscal presenta las pruebas y el juez decide que veracidad le atribuye. El cine puede hacer otras cosas que no tienen que ver con esta función judicial.

Si Leaving Neverland es sin embargo un documental interesante, es a pesar de sí mismo y del talento o las intenciones, comerciales o políticas, a las que responde.

Primero: no se busque en la película ninguna pista sobre la complejidad de un artista genial y monstruoso como fue Jackson. Podemos admitir que Leaving Neverland ni se propone meterse en aguas tan profundas. Su intención es establecer que efectivamente Michael fue, independientemente de su relevancia artística, un abusador consumado y persistente. No solo un adulto aniñado, ni apenas un freak del show business o una víctima de chantajistas inescrupulosos. Desde ese punto de vista, la película es eficaz: pone en evidencia que Jackson se salvó durante su vida de una condena penal como abusador de niños porque era poderoso y el clima de época se lo permitía. También puede aceptarse que su detenimiento en los detalles sexuales de los abusos es ilustrativo de un patrón de conductas de los abusadores, tanto más peligrosos si disponen de poder. Y una mega estrella, por más aniñada o freak que fuera, es también alguien muy poderoso. Además, sirve pedagógicamente para mostrar que las personas que sufrieron abusos durante su infancia siguen ligados amorosamente a sus abusadores en un complejo vínculo que excede la disyunción entre inocencia y culpabilidad.

Pero la película es más interesante porque, aún sin proponérselo, permite inferir una cadena de complicidades que no podían limitarse a la familia de los niños abusados ni al personal doméstico de Neverland. Es imposible que los abusos se hayan repetido durante varias décadas sin el silencio cómplice de toda una industria del espectáculo, que no podía no saber. El documentalista Dan Reed es discreto -u oportunista- sobre el particular, porque más bien dirige su foco de atención hacia la responsabilidad de las familias de los chicos que los dejaban en manos de un muy probable abusador. Si la película no da un paso más para preguntarse por la complicidad de la industria es porque ella misma es parte de esa industria. El sistema que erige a un joven artista excéntrico en un megalómano peligroso para los demás y para sí mismo ahora cierra el círculo denunciándolo como caso aberrante. Pero Michael Jackson no es un caso aberrante: es la condensación hiperbólica de los mecanismos de ascenso, consagración y caída - empoderamiento y destitución- que nutren el imaginario de una sociedad meritocrática. La película ni llega a vislumbrar ese problema.

Un relato que se meta a fondo con la vida y la obra de Michael Jackson solo podría ser trágica y decididamente contracultural, denunciar tanto la vista gorda de ayer como la hipocresía de hoy. Leaving Neverland de ninguna manera lo es; apenas roza los escalones de lo psicológico y lo pseudo-jurídico más convencional y tranquilizador.

Es muy probable que los testigos digan la verdad y que el Rey del Pop haya sido una persona a la vez desdichada y abominable. Los rasgos sublimes de su obra acá no aparecen y es imposible que se vean afectados por el lado monstruoso de su personalidad. En todo caso, si algo interesante permite sospechar la película -aunque ni llegue a plantearlo- es que un gran artista puede ser un monstruo y que la idolatría es nociva en cualquier caso. Se trata de un gran tema para pensar y debatir.

Quizás algún día se haga una película sobre Michael Jackson que abarque de manera más inquietante y riesgosa esta complejidad. Mientras tanto, HBO hace un programa de alto impacto y la industria se las arregla para que el Rey del Pop siga produciendo dividendos.



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