(Fragmento del prólogo de Alicia Pierini del libro De muros y puentes, de Cristina Campagna)
Están los muros invisibles, reales o imaginarios. Muros que separan, que excluyen, que discriminan. Muros inhumanos, que segregan, distancian, excluyen, postergan o aíslan a las personas y a los pueblos.
Son invisibles cercos que conllevan carencia de educación, de salud, de prejuicios que impiden el afecto a los niños, los ancianos, las personas con discapacidad. Vallas que obturan la convivencia social por discriminación de género o de etnia. Muros que desconfían de los migrantes, ignoran a los pobres. No protegen a los refugiados.
Esa coalición de prejuicios, carencias y desconfianzas, desintegra el tejido social y empobrece el espíritu social.
Esa es la preocupación actual en esta etapa del mundo.
Afortunadamente también están los que construyen puentes, los que piensan –como Fray Bartolomé en su siglo y como el Papa Francisco en el actual– que la humanidad es una sola. Que en esa humanidad entramos todos: como vecinos del mismo planeta, nuestra casa común. Que nos necesitamos unos a otros y que para honrar la vida, debemos proteger el ambiente, cuidar a los necesitados de alimento, de afecto, de dignidad, de salud física o mental, y respetarnos como prójimos.
¿Qué nos lo impide? La codicia humana, convertida ya en sistema global, compuesto de naciones, empresas, corporaciones que han desfigurado el rol de la política como herramienta para alcanzar la igualdad y el bienestar social. La avaricia de dinero es para sustentar la codicia de poder.