por Lidia Ferrari
La alta cultura y los libros fueron emblemas del antiperonismo por contraste, en su afán de identificar al populismo peronista como la barbarie. Así, “Alpargatas sí, libros no” se convirtió en un sintagma que revalidaba la clásica oposición barbarie-civilización. Desde El Matadero de Echeverría está escrito en nuestra cultura que lo popular es sinónimo de barbarie y les pertenece la fiesta del monstruo. La alta, les pertenece a ellos, que cultivaron las letras. Es que fue así en alguna medida: Borges es el emblema.
Hoy podemos pensarlo como una muestra más de que los fantasmas ideológicos se imponen por sobre las realidades. Argentina, un país fundado con las contradicciones del proyecto sarmientino, puede contar en su haber una poderosa escuela pública que despachaba ingentes clases populares “ilustradas”; con la paradoja de que esas mismas clases populares se alimentaban con el fantasma de que el pueblo no lee, es bárbaro y hace asado con la madera de los parquet.
Así, con paradojas que van y vienen, se siguen alimentando esos fantasmas ideológicos que quieren ver al pueblo como ignorante y a unas clases acomodadas sabias y cultas, porque de vez en cuando asisten al Teatro Colón. Es cierto que la alfabetización y la lectura se han ido degradando con la cultura neoliberal que inunda con su uniformidad a todas las clases sociales. Pero me atrevería a pensar que en la década del ’40 quizá pudiera tener algún sentido el dilema entre alpargatas y libros. Ahora, con un gobierno que de la educación privada sólo ha capitalizado la idea del negocio, una vuelta de tortilla precisa nos muestra que las clases altas o las medias con pretensiones, están más cerca del “choripán”[1] de lo que suponen. Porque los fantasmas ideológicos de las clases altas y medias precisa cada vez más alejarse de la “cultura”, se los exige imperiosamente la necesidad de no rozar ninguna experiencia verdadera del pensamiento que las puedan contradecir. Un presidente que casi no sabe hablar, del cual descontamos posea alguna dote para la escritura, puede representar a quienes sostienen la renegación de la realidad a costa de nutrirse de ignorancia. Los libros, hoy, con el libro de Cristina como emblema, están del lado del pueblo peronista, de los kirchneristas, de los populistas que décadas atrás eran simbolizados con las alpargatas.
El acontecimiento popular del libro de Cristina es un éxito editorial porque las personas lo compran, en algunos casos, como parte de una liturgia militante. Pero ese libro es leído y se transforma en un símbolo. El símbolo de que se dio vuelta la tortilla. Que no se le puede seguir endilgando a las clases populares argentinas su ignorancia, su barbarie, su incivilidad. Es un libro símbolo de que, respecto al populismo tan menospreciado por doquier, que carga con el muerto de la barbarie y la incultura, se deben modificar los lugares comunes. Lugar común que considera las clases altas como lugar de transmisión de la cultura, la que cuenta. La original Cristina presenta un modo de estar en política que no pasa por el marketing y la propaganda. Porque este libro es un best seller sin publicidad, la de las estrategias manipuladoras. Cristina, además de brillante política, puede escribir la tragedia de un país todo el tiempo en lucha contra la disolución. Allí, donde se quiere ver la barbarie, hay un libro y un pueblo que lucha para revertir ese intento de disolución que, como siempre, proviene de las clases oligárquicas, las que mientras condenan al país a la barbarie presumen de civilidad y cultura.
[1] Irónicamente uso “choripán” como símbolo plebeyo desde una ideología “gorila”.