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Diego

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por Sergio Caregnato, desde Treviso, Italia

Estoy trabajando en mi taller de bricolage cuando una voz quebrada por la emoción me anuncia "se murió Maradona...", y conteniendo las lágrimas agrega "¡es un año maldito este!".  Es Lidia, mi compañera argentina.

Me embarga una ola de emoción que apenas reprimo: estoy envejeciendo, claro.

Vuelvo a aquellos días del incipiente verano de hace unas décadas cuando, junto a alguien que ya no está, mirábamos a Maradona y a todos los demás...

Hablar del jugador sería superfluo, si no fuera por el hecho de que este sciuscià (1) de una favela porteña tenía fibras en el cuerpo, musculares y comunicativas, que eran de una originalidad incómoda -y fastidiosa, sobre todo en casa-. El fastidio nacía del hecho de que esas fibras eran tan brillantes como subversivas. Y no se podía tener el genio subversivo de las maneras futbolísticas previsibles, sin esa otra subversión: la que disgustaba a la buena sociedad argentina, burguesa y racista mal disimulada. 

Ese héroe argentino se parecía a un cabecita negra, uno de esos chicos que en la capital argentina suelen tirar del carro y son despreciados por la aristocracia local, esa que nunca deja de soñar y de asistir a los clubes de polo y las escuelas británicas.

En el pasaje de su primera juventud a la madurez, hasta su decadencia, esa cifra subversiva se habría esperado que se desafilara. Pero no. Estoy convencido de que era la marca más auténtica de su espíritu.

Es fácil, y también muy banal, encontrar las contradicciones y debilidades de su vida, que probablemente lo llevaron a una muerte prematura. Sin embargo, si pienso en campeones como Pelé o Cristiano Ronaldo, tan grandes en el campo como diligentes y prudentes en la vida de afuera, ese pequeño de Villa Fiorito adquiere tal estatura que los demás me parecen pálidos e insignificantes.

Pero ahora ese espíritu subversivo ya no está. Y todos nos sentimos mucho más pobres.

¡Gracias Diego!

(1) La palabra 'sciuscià' designa a los niños limpiabotas napolitanos que lustraban las botas de los norteamericanos en la segunda guerra mundial.  'Sciuscià’ se titula un bellísimo film del neorrealismo italiano de Vittorio de Sica.


Traducción: Lidia Ferrari


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