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Infancia clandestina / Papirosen

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por Oscar Cuervo

Borrador para una nota que será desarrollada en la próxima edición en papel de La otra:

Hay tiempos en los que la historia enloquece, en cuyo vendaval las personas singulares pugnan por mantener la cordura.

1979 fue un año de esos.

En ese momento millones de argentinos simulaban ser una sociedad normal, a pesar de que el piso estaba alfombrado de cádáveres que todos trataban de esquivar. Una película argentina ahora en cartel sitúa su centro secreto en ese preciso momento. Papirosen, de Gastón Solnicki. El abuelo de Gastón, que había huido de los nazis para encontrar la paz y la prosperidad en esta tierra, se "volvía loco" y se mataba en la bañadera. Mentira. Esa es la versión que a todos convenía, porque estaban entregados a una celebración del consumo y no querían ver lo que el hombre veía. El cine a veces sirve para reponer las cosas en su lugar y Gastón, desde el presente, restituye esa experiencia fracturada del 79: para ver qué hay debajo de tanto shopping.

Año de locos el 79: la Contraofensiva quizás sea la estación terminal del extravío político de Montoneros, un extravío que había empezado mucho antes. La derrota militar y política era irreversible pero a algún "genio" estratégico de la conducción montonera en el exterior se le ocurre que es momento de emprender un contraataque para derrocar a Videla, y que las masas populares se plegarían jubilosas a la insurrección. Los encargados de ponerle el cuerpo a este plan delirante eran unos cuantos militantes que habían podido escapar poco antes de los milicos, saliendo del país. Y ahora tenían que volver.

Infancia Clandestina, de Benjamín Avila, otra película argentina en cartel, coloca su centro explícito en esos años. La materia con la que está amasada esta ficción es la propia experiencia de Benjamín, quien en 1979 era un chico y formaba parte de una familia de Montoneros, involucrados en la contraofensiva. Se trata de zonas de la experiencia colectiva de altísima turbulencia, cuidadosamente esquivadas en las décadas posteriores.

Temor y temblor: mientras Papirosen es crudamente documental y tenemos ante los ojos los temblores mismos de la vida cotidiana de los Solnicki Najdorf, Infancia clandestina elabora la terrible experiencia de Benjamín recurriendo a la mediación ficcional; las cosas no fueron exactamente así, pero Avila elige estilizarlas para hacerlas expresar una verdad omitida: el punto de vista de un niño preadolescente, con una conciencia política inusual (incluso para muchos adultos), poniendo su cuerpo real en una identidad ficticia: él se llama Juan, pero el nom de guerre con el que debe insertarse junto con su familia guerrillera en un barrio y en una escuela, simulando una vida distinta a la que ha tenido, es el de Ernesto. Ficción de la ficción. Incluso en los momentos en que la historia se vuelve más violenta la imagen cinematográfica real es sustituida por una imagen alucinatoria. Lo notable es que entre la sociedad demente y las personas que quieren mantener la cordura, se ubica la familia, esta institución milenaria que parece inconmovible y sin embargo cruje. Infancia clandestina contiene una escena extraordinaria en la que dos mujeres -la madre (Natalia Oreiro) y la abuela (Cristina Banegas) de Juan/Ernesto- dirimen una disputa por el cuidado de los chicos, en términos igualmente amorosos, aunque politicamente desencontrados. El valor de la mirada del cineasta hace que los dos puntos de vista puedan comprenderse en lo que cada uno de ellos ofrece y en lo que sustrae.

Estas ideas deben ser desarrolladas. No digo por ahora más que esto: Infancia clandestina es una gran película de vocación popular y factura industrial, con un elenco perfecto, en el cual se destaca el pibe que hace de Juan, Teo Gutiérrez Moreno, con una actuación tan conmovedora como la de Cristina Banegas.  Avila maneja los resortes del cine popular como muy pocos en la Argentina. Esperamos mucho de él.

Finalmente: ver Papirosen e Infancia clandestina una con otra, una a contraluz de la otra (como se miran dos radiografías superpuestas), con la clave de 1979, ayuda a restituir esa parte de la experiencia argentina tantas veces negada.

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