Bob Dylan
A la noche muy tarde el Jefe llegó a su casa
una mansión desierta y un trono desolado
El sirviente le dijo "Jefe, la dama se ha ido
desapareció esta mañana poco antes del alba".
"Si tienes algo que decirme, dímelo ya, hombre
Vamos al grano, lo más rápido posible" -dijo el Jefe-
"El viejo Henry Lee, jefe del clan -dijo el sirviente-
llegó a caballo por el bosque y se la llevó de la mano".
El Jefe fue directo a su cama
maldijo el calor y se agarró la cabeza
ponderó sobre el futuro de su destino
si esperaba un día más, sería demasiado tarde.
"Ve a buscar mi abrigo y mi corbata
Y la mano de obra más barata que puedas comprar,
ensilla mi yegua parda
Si me ves pasar, di una oración por mí".
Bueno, cabalgaron toda la noche y cabalgaron todo el día
hacia el este por la ancha carretera
su espíritu estaba cansado, su visión doblada
sus hombres lo abandonaron, pero el continuó adelante.
Llegó a un lugar donde la luz era tenue
su pobre cabeza golpeando en el cráneo
su corazón pesado atormentado de dolor
el insomnio hacía estragos en su cerebro.
Bueno, tiró su casco y su espada
renunció a su fe, negó a su Señor
reptó por el piso y puso su oído contra la pared
de una forma u otra iba a terminar con todo.
Se inclinó, cortó el cable eléctrico
se quedó mirando las llamas y resopló en el fuego
miró a través de la oscuridad y alcanzó a ver a los dos
era difícil saber con certeza quién era quién.
Se deslizó bajo una cadena de oro
de tan nervioso le temblaban las venas
sus nudillos sangraban, absorbió el aire
pasó sus dedos por su cabello graso.
En tanto ella y el otro se miraron y chocaron sus copas
una sola unidad inseparablemente unida
Ella: "tengo el extraño presentimiento de que hay un hombre cerca".
El "no te preocupes por él, no podría dañar ni a una mosca".
Desde detrás de la cortina el Jefe cruzó la sala
movió sus pies y cerró la puerta
las sombras ocultaban las líneas en su cara
con toda la nobleza de una raza antigua.
Ella se dio la vuelta y se sobresaltó con sorpresa
con un odio que podría llegar hasta los cielos
"Eres un tonto imprudente, lo puedo ver en tus ojos
Venir hasta aquí no fue de ninguna manera sensato" -ella-
"Levántate, párate, muchacha de labios codiciosos
Y cúbrete la cara o sufrirás las consecuencias
estás haciendo que mi corazón se enferme
ponte la ropa ya mismo" -él-.
"Chico tonto, me crees una santa
no quiero escuchar más tus palabras de queja
no me has dado nada más que las mentiras más dulces
ahora cállate y alimenta tus ojos".
"Te he dado las estrellas y los planetas también
¿De qué sirven estas cosas para ti?
Inclina el corazón, si no la rodilla
o no volverás a ver este mundo nunca más".
"Oh, por favor, no dejes que tu corazón se vuelva frío
quiero a este hombre más que al oro".
"Oh, mi querida, debes estar ciega
es un mono cobarde con una mente sin valor".
Ella: "Ya te has metido demasiado conmigo
Ahora soy yo la que determinará cómo serán las cosas".
"Trata de escapar - el insultó y maldijo-
vas a tener pasar sobre mí primero
no dejes que tu pasión te domine
¿crees que mi corazón es el corazón de un tonto?
Y, usted, señor, no puede negar
que hizo un mono de mí, por qué y para qué".
Y Henry Lee dijo: "Suficiente de esta charla insultante
el diablo lo puede llevar, yo me encargaré de eso
míreme bien o hágase a un lado
o deseará no haber salido nunca de la cuna".
El arma explotó y el disparo sonó claro
la primera bala le rozó la oreja
la segunda bala fue derecho a él
y se dobló por el medio como un alfiler torcido.
Se arrastró hasta la esquina y bajó la cabeza
se agarró de la silla y se agarró de la cama
se necesitaría más que aguja e hilo
sangrando por la boca, casi muerto.
"¡Mataste a mi marido, desalmado!"
"¿Qué marido?, ¡Marido! ¿qué diablos quieres decir?
era un camorrero, un hombre de pecado
lo liquidé y lo tiré al viento."
Esto dijo ella con respiración rabiosa
"Tu también conocerás al Señor de la Muerte
yo fui quien dio vida a tu alma".
Levantó su túnica y sacó un cuchillo.
La cara de él estaba dura y cubierta de sudor
le dolían los brazos y sus manos estaban mojadas
"Eres una mujer asesina y una esposa sangrienta
si no te importa, tomaré ese cuchillo".
"Somos de la misma clase, nuestra sangre hierve
pero no somos similares en cuerpo o pensamiento
todos los maridos son hombres de bien, como lo saben todas las esposas".
Entonces ella le perforó el corazón y la sangre brotó.
Sus rodillas se aflojaron y él alcanzó la puerta
su destino estaba sellado, se deslizó hasta el suelo
y le susurró al oído: "todo esto es culpa tuya,
mis días de combate han llegado a su fin".
Ella le tocó los labios y lo besó en la mejilla
él trató de hablar, pero su respiración era débil
"Tu mueres por mí y yo voy a morir por ti".
Puso la hoja del cuchillo en su corazón y se lo atravesó.
Los tres amantes juntos en una pila
arrojados a la tumba a dormir para siempre
las antorchas funerarias ardieron
a través de las ciudades y los pueblos
toda la noche y todo el día.
En una entrevista que Dylan concedió recientemente a la Rolling Stone parece jugar a ser el personaje de una película de David Lynch. El hombre sobre el que nunca sabremos qué estaba pensando pierde la paciencia tras unas preguntas previsibles acerca de los años 60 y cambia drásticamente el eje de la conversación. Saca un libro firmado a dúo por un tal Keith Zimmerman y un tal Kent Zimmerman en el que se cuenta la historia del un motoquero llamado Bobby Zimmerman, que murió en un accidente en 1964 (o 1961), dos años antes de su propio accidente de moto. A partir de ahí, deja sentado que él se transfiguró. ¿Bobby Zimmerman murió? ¿Bob Dylan vive? El cronista trata infructuosamente de entender si Dylan cree haberse transfigurado en un sentido metafórico o en un sentido metafísico. O en algún otro sentido más o menos literal. O acaso Dylan está chapita. O, aburrido de la entrevista, lo está gastando.
una mansión desierta y un trono desolado
El sirviente le dijo "Jefe, la dama se ha ido
desapareció esta mañana poco antes del alba".
"Si tienes algo que decirme, dímelo ya, hombre
Vamos al grano, lo más rápido posible" -dijo el Jefe-
"El viejo Henry Lee, jefe del clan -dijo el sirviente-
llegó a caballo por el bosque y se la llevó de la mano".
El Jefe fue directo a su cama
maldijo el calor y se agarró la cabeza
ponderó sobre el futuro de su destino
si esperaba un día más, sería demasiado tarde.
"Ve a buscar mi abrigo y mi corbata
Y la mano de obra más barata que puedas comprar,
ensilla mi yegua parda
Si me ves pasar, di una oración por mí".
Bueno, cabalgaron toda la noche y cabalgaron todo el día
hacia el este por la ancha carretera
su espíritu estaba cansado, su visión doblada
sus hombres lo abandonaron, pero el continuó adelante.
Llegó a un lugar donde la luz era tenue
su pobre cabeza golpeando en el cráneo
su corazón pesado atormentado de dolor
el insomnio hacía estragos en su cerebro.
Bueno, tiró su casco y su espada
renunció a su fe, negó a su Señor
reptó por el piso y puso su oído contra la pared
de una forma u otra iba a terminar con todo.
Se inclinó, cortó el cable eléctrico
se quedó mirando las llamas y resopló en el fuego
miró a través de la oscuridad y alcanzó a ver a los dos
era difícil saber con certeza quién era quién.
Se deslizó bajo una cadena de oro
de tan nervioso le temblaban las venas
sus nudillos sangraban, absorbió el aire
pasó sus dedos por su cabello graso.
En tanto ella y el otro se miraron y chocaron sus copas
una sola unidad inseparablemente unida
Ella: "tengo el extraño presentimiento de que hay un hombre cerca".
El "no te preocupes por él, no podría dañar ni a una mosca".
Desde detrás de la cortina el Jefe cruzó la sala
movió sus pies y cerró la puerta
las sombras ocultaban las líneas en su cara
con toda la nobleza de una raza antigua.
Ella se dio la vuelta y se sobresaltó con sorpresa
con un odio que podría llegar hasta los cielos
"Eres un tonto imprudente, lo puedo ver en tus ojos
Venir hasta aquí no fue de ninguna manera sensato" -ella-
"Levántate, párate, muchacha de labios codiciosos
Y cúbrete la cara o sufrirás las consecuencias
estás haciendo que mi corazón se enferme
ponte la ropa ya mismo" -él-.
"Chico tonto, me crees una santa
no quiero escuchar más tus palabras de queja
no me has dado nada más que las mentiras más dulces
ahora cállate y alimenta tus ojos".
"Te he dado las estrellas y los planetas también
¿De qué sirven estas cosas para ti?
Inclina el corazón, si no la rodilla
o no volverás a ver este mundo nunca más".
"Oh, por favor, no dejes que tu corazón se vuelva frío
quiero a este hombre más que al oro".
"Oh, mi querida, debes estar ciega
es un mono cobarde con una mente sin valor".
Ella: "Ya te has metido demasiado conmigo
Ahora soy yo la que determinará cómo serán las cosas".
"Trata de escapar - el insultó y maldijo-
vas a tener pasar sobre mí primero
no dejes que tu pasión te domine
¿crees que mi corazón es el corazón de un tonto?
Y, usted, señor, no puede negar
que hizo un mono de mí, por qué y para qué".
Y Henry Lee dijo: "Suficiente de esta charla insultante
el diablo lo puede llevar, yo me encargaré de eso
míreme bien o hágase a un lado
o deseará no haber salido nunca de la cuna".
El arma explotó y el disparo sonó claro
la primera bala le rozó la oreja
la segunda bala fue derecho a él
y se dobló por el medio como un alfiler torcido.
Se arrastró hasta la esquina y bajó la cabeza
se agarró de la silla y se agarró de la cama
se necesitaría más que aguja e hilo
sangrando por la boca, casi muerto.
"¡Mataste a mi marido, desalmado!"
"¿Qué marido?, ¡Marido! ¿qué diablos quieres decir?
era un camorrero, un hombre de pecado
lo liquidé y lo tiré al viento."
Esto dijo ella con respiración rabiosa
"Tu también conocerás al Señor de la Muerte
yo fui quien dio vida a tu alma".
Levantó su túnica y sacó un cuchillo.
La cara de él estaba dura y cubierta de sudor
le dolían los brazos y sus manos estaban mojadas
"Eres una mujer asesina y una esposa sangrienta
si no te importa, tomaré ese cuchillo".
"Somos de la misma clase, nuestra sangre hierve
pero no somos similares en cuerpo o pensamiento
todos los maridos son hombres de bien, como lo saben todas las esposas".
Entonces ella le perforó el corazón y la sangre brotó.
Sus rodillas se aflojaron y él alcanzó la puerta
su destino estaba sellado, se deslizó hasta el suelo
y le susurró al oído: "todo esto es culpa tuya,
mis días de combate han llegado a su fin".
Ella le tocó los labios y lo besó en la mejilla
él trató de hablar, pero su respiración era débil
"Tu mueres por mí y yo voy a morir por ti".
Puso la hoja del cuchillo en su corazón y se lo atravesó.
Los tres amantes juntos en una pila
arrojados a la tumba a dormir para siempre
las antorchas funerarias ardieron
a través de las ciudades y los pueblos
toda la noche y todo el día.
En una entrevista que Dylan concedió recientemente a la Rolling Stone parece jugar a ser el personaje de una película de David Lynch. El hombre sobre el que nunca sabremos qué estaba pensando pierde la paciencia tras unas preguntas previsibles acerca de los años 60 y cambia drásticamente el eje de la conversación. Saca un libro firmado a dúo por un tal Keith Zimmerman y un tal Kent Zimmerman en el que se cuenta la historia del un motoquero llamado Bobby Zimmerman, que murió en un accidente en 1964 (o 1961), dos años antes de su propio accidente de moto. A partir de ahí, deja sentado que él se transfiguró. ¿Bobby Zimmerman murió? ¿Bob Dylan vive? El cronista trata infructuosamente de entender si Dylan cree haberse transfigurado en un sentido metafórico o en un sentido metafísico. O en algún otro sentido más o menos literal. O acaso Dylan está chapita. O, aburrido de la entrevista, lo está gastando.
En vano.
Cuanto más precisiones pida el periodista, menos va a entenderse. Como en una película de David Lynch.
Como suele hacer Bob Dylan.