Una de las grandes deudas de mi experiencia rockera era la era Led Zeppelin. Efectivamente, toda una era de la formación artística de generaciones. Considero sin dudar que Zeppelin es una de las 5 mejores bandas de la historia y que su huella es imborrable. La dosis exacta de potencia, elegancia, sensualidad, expresión y virtuosismo jamás lograda. Cuatro tipos que nacieron para encontrarse y generar un combo irrepetible. Un sonido transgeneracional, los Zeppelin han saltado todas las barreras de la música fechada: Hard Rock, Heavy Rock, música progresiva, la mayor parte de los exponentes de estos géneros suenan a cierto año o a cierto lustro con mucha suerte. Zeppelin suena clásico, intemporal, es decir: siempre presente. ¿El secreto? Allí donde muchas bandas tenían que apelar a gestos, yeites u ostentaciones que serían inmediatamente bienvenidos por su novedad o por llamatividad, los Zeppelin simplemente tenían que dar rienda suelta a lo que eran, sin ningún truco. Basta ver a esos cuatro tipitos tocando en vivo a principios de los 70, en escenarios estrechos y con un equipamiento que hoy daría gracia por lo modesto, sin máquinas, sin músicos fantasmas, sin pistas grabadas y sin ingeniería sónica, puro talento, inspiración y hambre de devorarse al mundo. Se lo devoraron.
Por eso, habiendo visto ya a muchos de los grandes que todavía andan por esta tierra (y algunos de los que ya se fueron), mi gran deuda era Zeppelin.
Bueno, Zeppelin ya no existe, pero está Robert Plant que es la bandera en alto de Zeppelin, el que puede cantar aquellas canciones himself, no banda tributo. Porque además, el gran Robert pudo haber vivido todos estos años de la gloria y de las regalías de una banda cuyos discos pasarán de generación en generación y de vinilo a cassete y de cassete a cd y de cd a mp3 y de ahí a quién sabe. La perduración de esas grabaciones está asegurada. Pero Plant en lugar de usufructuar de esa gloria se dedicó a seguir haciendo una música exquisita con un perfil más bajo, sin necesidad de llenar estadios robando con el pasado (alla Roger Waters o alla Rolling Stones) sino grabando discos y girando, de acuerdo a su estricta necesidad expresiva (alla Bob Dylan o alla Neil Young). Por eso en 2010 en La otra nos dimos el gusto de elegir su extraordinario Band of Joy como disco del año: se impone por su propio peso.
Lo de Plant ha sido, desde fines de los 60 cuando era una blonda criatura andrógina, hasta hoy que es un señor curtido de 64 años, el renovar las diversas tradiciones, el folk y los diversos folklores: blues, folk británico, música celta, hindú, árabe, tamizadas por una sensibilidad rockera de un momento irrepetible del rock, cuando eso significaba atravesar fronteras, traspasar barreras y abrir cabezas, algo que hoy es más difícil que suceda. El rock, señores, se ha instituido. (Estoy a punto de decir que Plant fue el que aportó la delicadeza y Page la fuerza apabullante, pero tengo miedo de estar metiendo la pata).
Finalmente llegó la noche en que pude ver a Plant en vivo, en Corrientes y Madero. En una hora y media, con un despliegue escenográfico modesto (como una banda mediana de acá), sin apelaciones a la demagogia, lo que vino a darnos fueron sus canciones. De su repertorio solista (más que nada de su banda actual, que ya no es Band of Joy, sino The Sensational Space Shifters, una versión remozada de su banda anterior, Strange Sensation) y un puñado de gemas zeppelinianas, no las más previsibles (salvo quizá Whole lotta love y Rock'n'Roll), sino aquellas que más se acercan a la sensibilidad folk & blues que viene cultivando en su ya larga carrera solista.
La musicalidad de Plant no es equiparable a la de otros cantantes del Heavy o del Hard Rock, más chillones, más estridentes y efectistas. En todas las épocas, aún cuando Zeppelin estaba en la cresta de la ola, Robert se distinguió por priorizar el gusto, el matiz sutil que interrumpe la descarga energética más fiera. Nunca persiguió el sobreagudo rompedor de tímpanos y en cambio su voz se caracterizó por sonar tersa en la zona media de su registro, allí donde los gritones suenan opacos y vulgares. Todo esto tiene aún hoy Plant y es allí donde más se lo disfruta: cuando canta esos folks exquisitos, como nadie más en el mundo puede hacerlo: Friends, Bron-y-aur stomp, Goin to California (esas gemas menos conocidas de Zeppelin) o All The Kings Horses, de su producción más reciente. El mismo criterio utiliza en los arreglos de su banda, que resalta los matices de cada timbre: las guitarras acústicas celestiales, los instrumentos africanos simil banjo o violín, las guitarras slide, mientras que el crescendo se reserva para momentos escogidos.
Una hora y media es impecable, pero también es poco. Todos nos quedamos con ganas de más, sobre todo porque hay tanta canción por elegir. Habrá que esperar a que en la semana que viene se estrene el documental Celebration day, que registra la reunión de Zeppelin en 2007 y por una única noche. Y habrá que esperar que una noche de estas se aparezca Jimmy Page por estas esquinas.
La seguimos con Robert Plant & Zeppelin hoy a las 17:00 en Patologías Culturales y mañana a la medianoche en La otra.-radio. FM La Tribu. 88,7. Online.
Una de las más bonitas canciones que ayer cantó Plant. Y una de las más bonitas canciones, a secas: