Hay en la Argentina actual dos pulsiones contrapuestas: una tira para el lado de la profundización de la democracia, lo cual implica una ruptura simbólica y fáctica con la otra pulsión, la que dice: "Cristina, devolvé el país", reconociendo así que hasta los Kirchner el país era de ellos. Hay vastos sectores comprometidos por el deseo de volver a la "normalidad argentina": un país subordinado a poderes de facto, a las nobles tradiciones del respeto a los privilegios fundacionales, los dueños de la tierra y sus tribunas de doctrina, la iglesia católica como órgano de custodia de las costumbres, el residuo monárquico de una burocracia judicial que pretende adjudicarse una intangibilidad sacerdotal, las corporaciones que se apresuran a descerrajar todo su poder de lobby en los primeros meses de cada mandato constitucional, haciendo saber que los representantes elegidos por el voto son esencialmente apretables por el poder permanente de la "Argentina Normal".
El kirchnerismo desnormalizó al país. En dirección hacia una mayor democratización, una vocación por discutir el poder patricio, por darle brío a la política, por incorporar nuevos actores a la discusión. Según quien lo mire, lo logrado en estos años puede ser un tibio reformismo o un simulacro de cambio que deja todo como está. Lo difícil de explicar de esta segunda alternativa es el odio cultural, estético e ideológico que despierta el kirchnerismo en los representantes de la normalidad argentina.
Lo interesante es que en esta puja está en juego algo más que la suerte de Cristina Fernández de Kirchner y sus partidarios. La Argentina normal es implacable a la hora de pasar facturas y la vuelta a la normalidad alterada no se sostiene en el tiempo sin ajustes y sin represión. Se puede derrotar a una facción política, pero no se puede hacer desaparecer una pulsión. Videla, Massera y Agosti no pudieron y ellos sí que lo intentaron llevar a fondo. Cualquier aspirante a político que ceda a la tentación de creer que va a ganar algo si el kirchnerismo es derrotado en su intento de desconcentrar las empresas mediáticas y neutralizar su poder extorsivo sería bastante necio si no se da cuenta de que va a ser el siguiente extorsionado, y a poco de asumir el poder recibirá su propio pliego de condiciones convenientemente redactado por un nuevo Claudio Escribano. Scioli, De La Sota o quien fuera que esté soñando con la futura presidencia sería un minusválido si emerge como resultado de una derrota de la política por parte de las corporaciones. La Argentina Normal no tendrá piedad con ellos, como no la tuvo con Alfonsín, Menem, De La Rúa, Duhalde. Los usará mientras respondan a sus directivas y les soltará la mano cuando se hayan transformado en un obstáculo.
Por eso es un gran error creer que la disputa en torno a la plena vigencia de la Ley de Medios se reduce a una discusión entre Clarín y Cristina, o entre la "Corpo opositora" y la "Corpo oficial". Si el kirchnerismo gana esta pulseada (que es la de la vigencia de una ley que salió de la iniciativa de sectores de la sociedad civil y fue votada por el poder legislativo en un período en que el kirchnerismo era una ajustada primera minoría), habrá ganado apenas un poquito insumiendo una energía enorme: si gana la Ley, quedan pendientes numerosas reformas estructurales, la injusticia de base que aún no pudo ser quebrada, la posibilidad de que futuros gobiernos democráticos puedan preservar lo que el kirchnerismo hizo bien y llevar a cabo una crítica práctica de lo que el kirchnerismo no hizo: es decir: reunir un cuanto de poder para transformar la realidad, asumir de verdad el poder de hacerlo. Porque, claro, hay que hacerlo: terminar con la pobreza, mejorar el sistema de salud, promover una educación para la libertad y la igualdad, que todos los argentinos tengan cloacas, agua potable, un trabajo formal con todos sus derechos laborales y previsionales. Pero eso no se logra pactando con la normalidad argentina que se ha encargado durante dos siglos de que eso no sea posible.
Los que verdaderamente quieren que prevalezca una pulsión democratizadora, una profundización de la justicia social y del respeto a la libertad, deberían estar preocupados por proteger los logros del kirchnerismo, de protegerlos incluso respecto de los errores del kirchnerismo. Si acaso no quieren simplemente volver a la normalidad argentina.
La pulseada del 7D va más allá del 7D. No se trata solo de símbolos sino de poder, es decir: de posibilidades. Hay muchos que simplemente desean que la pulseada se termine cuanto antes para dormir tranquilos sintiéndose cómodamente conformes con su cuerpo inerte, acogidos por la vieja y querida normalidad argentina.