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El show nacional del año

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Palo Pandolfo en La Oreja Negra

por Sofi Grenada

Entramos a la Oreja Negra, restaurant o bar palermitano que no se caracteriza por su buen sonido. Nos ubicamos al fondo en unas gradas desde donde vemos al resto del público sentado alrededor de las mesas comiendo pizza y tomando cerveza. En muchos de estos lugares la mayoría de las veces es más importante lo que se come que el artista que está arriba del escenario, tanto para los dueños y los mozos, como para los que asisten al concierto.

Somos varios. Pablo, que nunca había ido a ver a Palo, me dice que no percibe clima de recital. Oscar siente olor a gas. Maxi tiene hambre. Al lado mío se sientan dos músicos conocidos del under, cada uno con una taza de té en la mano. A mí me empieza a agarrar sueño. El ambiente está frío y Palo se hace esperar.

Una hora más tarde aparece él y su banda. Suenan potentes pero intento escuchar lo que canta y no le entiendo. Minutos después aparece un grupito de pibes agitando los brazos al costado del escenario y es liberador, empiezo a sentir que el sonido de la batería me hace vibrar el pecho y ya se me empiezan a mover los pies. Tocan un par de temas nuevos que no conozco, se va la banda y Palo se queda solo con su guitarra. Pide que le suban el sonido de la voz, habla con los que están delante del escenario, sigue tocando y cada nueva canción es como si le diese fuerza para la próxima. El ambiente y él entran en calor por acumulación. No puedo dejar de mirar su pelvis, algo le brota ahí, en el centro, le baja hasta los pies y le hace mover las rodillas, le pasa a las manos, le giran los ojos y le sale por la boca. Ya no sólo se trata de escuchar su música sino también de verla en su cuerpo.

Hay músicos que me hacen dudar de si lo que cantan es realmente lo que sienten, creo que la mayoría de las veces están pensando en la estructura de la canción pero no en la raíz energética que encierra eso que están diciendo. No es el caso de Palo. Palo tiene un registro energético que va de cero hasta donde él decide, te puede hacer suspirar susurrándote lo lindas que son “las nenas de vestido blanco” o hacerte acelerar el ritmo cardíaco casi hasta estallar con un himno como “Ella vendrá”.

Miro a mi costado y ya nadie come, nadie mira para otro lado, nadie huele otra cosa; cambió la lógica cotidiana de plano. Vuelve la banda e invitan a Pablo Dacal y a Alfonso Barbieri. Pablo entra al palo literalmente, tocan “Antojo” y cantan que están picantes y no hay duda de que están picantes, está clarísimo que no es una noche cualquiera. Siguen subiendo la temperatura y los invitados tienen muy poco espacio físico pero cada vez se mueven más, te dan de comer a través de su música.

Palo canta algunas canciones en las que casi no hay silencios, porque vuelve sonidos hasta las inhalaciones, te hincha los pulmones, te chupa, te suelta, te expande y te grita “oh oh oh eh ehaaaaa / oh oh oh eh ehaaaaaaa/ oh oh oh eh eh ehaaaaaaaaa/ de la mano te quiero llevar/ donde duermen los recuerdos”, y no está nombrando ese lugar, está yendo a ese lugar y te está llevando. Palo no quiere terminar, nadie quiere que lo haga, y sigue tocando y sigue subiendo y me recuerda que “con una misión en la tierra todos nacemos”.

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