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La libertad en el BAFICI

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La década Alonso

por oac

(INVIERNO DE 2009, UNA VERSIÓN DE ESTE TEXTO FUE PUBLICADA EN ESTE BLOG A PROPÓSITO DEL 20 ANIVERSARIO DE FM LA TRIBU. LO REEDITO ACÁ A PROPÓSITO DE LA PROYECCIÓN DE LA LIBERTAD EN EL 15 BAFICI):Tarde de sábado de llovizna fría, tengo que ir a encontrarme al Teatro San Martín con Lisandro Alonso. Junto con Maxi Diomedi le vamos a hacer una entrevista para un especial de La Tribu. La radio cumple este mes 20 años y los celebra con una serie de 20 programas especiales que se emiten en estos días, cada uno dedicado a un año desde el 89 hasta la actualidad. A nosotros nos encargan hacer el año 2000. Y nos ponemos a pensar qué pasó en el 2000 cuyo efectos aún perduren (no nos interesa hacer una simple efemérides). Y entonces se me ocurre pensar de qué año es La libertad, la ópera prima de Alonso. Lo chequeo y veo que se estrenó en una función sorpresa en el Bafici 2001 y de ahí fue directo a Cannes, a la prestigiosa sección Un certain regard.

El cerebro y el corazón aliados son invencibles: pienso: en qué año se filmó La libertad. Lo llamo a Lisandro y me dice lo que quiero escuchar: se filmó en el 2000. Hecho. Quedamos para hacer la entrevista en el San Martín, porque ese sábado él tiene que ir a la Lugones a retirar la lata de Fantasma, su tercera película, que el martes pasado se proyectó dentro de un ciclo dedicado a películas que transcurren en salas de cine. Y Fantasma tiene la particularidad de que fue filmada en el mismo Teatro San Martín, mientras en la Lugones se está proyectando Los muertos, el segundo largo de Lisandro. Todo es así de circular: es muy raro ver Fantasma en la Lugones, porque uno pasa por el hall, sube al ascensor en el que la voz grabada de la mina nos dice bienvenidos!, llega al décimo piso, pasa por el baño y entra a la sala a ver una película que transcurre en todos esos lugares por los que uno acaba de pasar. No hay mejor sitio en el mundo para ver una película que la Lugones para ver Fantasma.



Y bien, nos encontramos con Lisandro que llega puntualísimo y nos disponemos a grabar la entrevista. Lisandro nos dice que en el hall del primer piso hay unos sillones muy lindos donde vamos a poder conversar tranquilos. Subimos la escalera, probamos los grabadores y empezamos. Aparece un miembro de la guardia macrista y nos interrumpe. Lisandro ensaya una explicación convincente por lo verdadera: dice que él es un director de cine y que filmó su película en ese mismo lugar, que la película se pasó hace pocos días en esta sala y que nosotros le estamos haciendo una nota que va a durar apenas un rato. Nada. Ninguna verdad histórica o artística sirve para el guardia macrista que nos dice que no podemos permanecer ahí, que deberíamos hacer un memo pidiendo una autorización para sentarnos en esos sillones y esperar a que nos autoricen. Lisandro le agradece el consejo, pero le dice que el trámite duraría un tiempo irrazonable a los efectos de charlar media hora en un sillón en el hall de un teatro municipal.

Así que somos corridos del lugar por la ley. Nos dirigimos hacia el décimo piso, en busca de ese cálido hall alfombrado que tantas veces hemos pisado desde que vamos a ese cine tan querido. Pero ahí tampoco podrá ser, porque se lleva a cabo un evento de no sé qué y está lleno de gente charlando ruidosamente y nosotros necesitamos un ambiente tranquilo para que el audio salga limpio. Así que bajamos por la escalera de mármol y nos quedamos sentados en unos escalones en el entrepiso. En ese pasillo hace un frío que se cuela por los ventanales, el cielo está tan gris como en su mejor gris. Sin darnos cuenta nosotros también fuimos pasando por los distintos ámbitos en los que se desarrolla Fantasma y todo al fin encaja: qué otro lugar para hablar del cine de Lisandro mejor que ese interior/día de su película.

La charla transcurre por las estaciones previstas, Lisandro recuerda cómo empezó todo, desde aquel año 2000 en el que durante diez días filmó la película que lo instalaría en la consideración del mundo, dicho esto sin ninguna exageración. (...)


Pero ahora me quiero detener en una idea que se me ocurrió el sábado cuando iba en el taxi al encuentro de Lisandro: la que se está terminando es la década Alonso. En el 2000 no lo conocía nadie y él estaba gestando algo más que una película, un modelo de aproximación al cine contemporáneo al que durante los años siguientes se tomaría como referencia inevitable. La libertad fue descubierta por una serie de azares por un programador cannino, que se la llevó a Francia. Lisandro tenía entonces 25 años y su idea había sido filmar una película que mereciera ser exhibida en la sección Contracampo del festival de Mar del Plata, Cannes quedaba entonces muy lejos. Acá la película no le gustó a muchos, ni siquiera me gustó a mí la primera vez que la vi, cuando la agarré empezada en un canal de cable unos años después. En las salas argentinas la vieron menos de 5000 espectadores. Sin embargo, 9 años después se sigue discutiendo La libertad. Cuando en sus columnas sabatinas un señor retrógrado lamenta que cine bueno era el de antes o cuando un Historiador Apresurado quiere decretar el fracaso del Nuevo Cine Argentino, siempre se alude a La libertad sin nombrarla: es la película del hachero, la que no cuenta nada, la que se hizo en diez días, la más renuente a someterse al deber ser de vaya a saber qué. No sé bien qué pasa con esta película pero algo pasa, no estoy seguro de que sea una gran película, incluso creo que el propio Lisandro se fue superando como cineasta. Pero evidentemente La libertad tocó algún nervio vital que hace que, consagración cannina mediante, aún no haya sido asimilada por el establishment local. Hay algo que molesta en la mera existencia de esta película que ha visto tan poca gente y de la que tanto se sigue hablando.



También sucede que, incluso para muchos a los que no les gusta el cine de Alonso, La libertad significa un trayecto ideal, el del joven que filma su primera película y es súbitamente descubierto por un programador de Cannes y desde entonces queda instalado en la consideración de todo el mundo. Es posible que la tirria con que muchos en este medio se refieren a Lisandro y a La libertad se explique porque ellos se consideran merecedores de ocupar el lugar que este film conquistó sin proponérselo. O sea: simple envidia.

Lo cierto es que si se han filmado muchas películas después y si varias veces se intentó dar por terminado el período en que el cine argentino giró alrededor de La libertad y de su realizador, todavía estamos en ese tránsito. Todavía estamos en la década Alonso.



POSTDATA 2013: Este otoño voy a ver finalmente La libertaden proyección fílmica en una sala de cine, como se debe.

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