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Mercado versus comunidad

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por Julieta Eme

A raíz de la proyección de la película Como alguien enamorado de Abbas Kiarostami, tuvo lugar una discusión sobre el tema de la prostitución.

Sobre este tema ya escribí un post acá, pero ahora me gustaría repetir algunas cosas que ya dije y agregar otras nuevas.

A mí no me interesa distinguir entre las mujeres que eligen prostituirse y las mujeres que son forzadas. Ni me interesa distinguir entre las mujeres que cobran poco y las que cobran mucho. Lo que a mí me interesa es analizar el fenómeno de la prostitución como un fenómeno social, como una práctica social. ¿En qué valores se funda esta práctica? ¿Qué valores promueve? ¿Qué valores la mantienen?

La prostitución como fenómeno social se funda en valores machistas y misóginos, los cuales aún perviven en las sociedades patriarcales en las que vivimos. Se funda en los “ancestrales derechos de los hombres sobre el cuerpo de las mujeres” (ver nota acá). Esos valores patriarcales les dicen a los hombres que está bien acceder por precio al cuerpo de una mujer. Y es llamativo cómo, salvo honrosas excepciones, ningún varón se cuestiona eso que la cultura les dice.

Hay que tener mucho valor para cuestionar los estrechos límites de la cultura en la que se vive. El filósofo inglés John Stuart Mill (1806-1873) fue uno de los primeros hombres que desafió las creencias misóginas y machistas de su tiempo y trabajó para que el voto femenino fuera una realidad. Pero esos hombres que se atreven a cuestionar lo incuestionable son muy pocos…

Pero hagamos la pregunta: ¿por qué prohibir que se pueda comprar y vender sexo? Si ese contrato de compra venta fuera algo consentido libremente entre dos personas adultas: ¿cuál sería el problema? Hagamos otras preguntas: ¿por qué no permitir la compra y venta de votos, por ejemplo? ¿Por qué no permitir la compra y venta de personas (adultos y niños/as), de órganos, de óvulos, de espermatozoides? ¿Por qué no permitir el alquiler de vientres? ¿Por qué no permitir que las personas puedan venderse a sí mismas y que otras personas puedan comprarlas? (Y alguna vez tendremos que preguntarnos si realmente podemos comprar y vender animales). Como dije en este mismo blog, no suscribo a una defensa a ultranza del derecho a la autonomía, porque las defensas de este tipo usualmente dejan desprotegidas a las personas más vulnerables.

Muchas veces escucho el siguiente argumento a favor de la prostitución: “es verdad que la prostitución es explotativa, pero, en todo caso, es tan explotativa como cualquier otro trabajo explotativo que nosotros toleramos, así que deberíamos tolerar la prostitución”. Creo que si la prostitución es tan explotativa como otros trabajos explotativos que ya toleramos, entonces en vez de tolerar la prostitución, deberíamos dejar de tolerar esos otros trabajos. Si comparamos a la prostitución con otros trabajos explotativos, entonces (desde algún punto de vista) la prostitución puede no parecer tan mala. Pero la comparación no debería ser entre la prostitución y otros trabajos explotativos sino entre la prostitución y otros trabajos no explotativos. Si uno quiere tomar una línea de base para establecer comparaciones, no puede tomar como línea de base la explotación, porque comparada con una línea de base tan mala, casi cualquier cosa parecerá buena.

Vuelvo entonces a las preguntas de más arriba. Cuando miramos y observamos una sociedad, lo importante no es solamente que sus instituciones sean justas. Lo importante también, aquello en lo que también debemos fijarnos, es qué tipo de ciudadana y de ciudadano producen esas instituciones, qué tipos de valores promueven y qué tipos de valores desalientan. En una sociedad en la que el dinero y el mercado han conquistado y capturado cada aspecto de la vida de las personas y de la vida social, los valores que se promueven son el egoísmo y el individualismo. Y los valores que se desalientan son el altruismo y la reciprocidad. Y ese tipo de sociedad produce individuos egoístas incapaces de cualquier gesto, conducta o acción altruista. Sin embargo, creo que una sociedad debería promover valores como el altruismo, la solidaridad, la empatía y la reciprocidad. Y debería producir ciudadanos y ciudadanas que fueran capaces de preocuparse por la vida de las otras personas que comparten su comunidad tal como se preocupan por sus propias vidas. Y creo que esa sociedad es imposible si se permite que el dinero y el mercado conquisten cada aspecto de nuestras vidas. Por eso considero que hay aspectos de la vida personal y social de los cuales el dinero debería quedar excluido: no se pueden comprar y vender votos. No se pueden comprar y vender personas (adultos o niños/as). No se pueden comprar y vender órganos. No se deberían poder comprar óvulos o espermatozoides. No se deberían poder alquilar vientres. Y no se debería poder comprar y vender sexo. Hay algunas formas de organización social en las que los valores como la reciprocidad y el altruismo no perviven. En las sociedades capitalistas, esos valores no perviven.

Como afirma el psicoanalista Juan Carlos Volnovich, la prostitución es el cruce entre el capitalismo, que convierte todo en mercancía, y el patriarcado, “donde prima el dominio de los varones y la utilización del cuerpo de las mujeres como pura mercancía” (ver nota acá). Mi deseo, aquello por lo que yo trabajo, pienso y escribo, es que alguna otra forma de sociedad, que no sea esta sociedad capitalista, mercantilista y patriarcal, sea posible.

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