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Cumbia, mierda, contracultura y Ricardo Iorio

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Respuesta de Gabriel Medina, en polémica con mi post Puta fama (o el buen gusto como prejuicio del rockero pequeño burgués)



Qué linda era mi contracultura
por Gabriel Medina

GM: Yo no sé cómo permits que la compañera tome vino tres cuartos con Fanta´...
JP: ¿Qué pasa, Medina? ¿No es de progre el vino con Fanta? No hay que olvidarse nunca del barrio!
GM: Justamente,. porque no me olvido es que me parece que, como dijo, Ricardo, “hay que progresá'!”
J.P.-Tiene razón Medina. Tanto hacernos los wachiturros, nos estamos olvidando de los basamentos de la doctrina justicialista.
(Chat entre un dirigente de la JP Cámpora BA y un servidor)

Acuerdo con Gabis sobre el desafortunado uso de ciertos elementos de la llamada “música tropical” en el rock. (Le han hecho tanto daño como la impronta stone o ricotera que no deja de autotributarse endogámicamente.) Y no porque el arte deba mantener algún purismo, sino por el triste resultado del grueso de estas exploraciones, en donde se me ocurre que Kapanga y los Auténticos Decadentes puedan picar en punta (si incluimos a los últimos en el rock) junto con buena parte de la música nacional mtviesca al principio del nuevo milenio. Sé que esta discusión bordea el peligro del estigma de clase, que desde la pequeño burguesía filoprogresista en la que podríamos inscribirnos todos los interlocutores de este debate, suele ejercerse sobre los consumos culturales vergonzantes, ilegítimos, disidentes, plebeyos...

Dice Symond Reinolds en Después del rock: “Siempre que un investigador progresista se encuentra con la cultura popular negra sigue el mismo silogismo: Los negros son oprimidos, el rap es música negra. Por tanto tal música debe estar animada por corrientes de resistencia frente al modo en que las cosas son, por más sublimada y sumergida que esta resistencia esté”. Algún paralelo con la condescendencia populista hacia la cumbia podemos encontrarle al enunciado. El primer mal entendido es creer que la cumbia es la música que genuina y naturalmente emerge de los sectores populares, sin pensarla dentro del andamiaje industrial más amplio que le da sustento.

Por otra parte, la cultura popular (si apostamos a que tal cosa realmente existe), en términos de la dimensión política de sus representaciones, posee un carácter tan ambiguo como contradictorio. Es capaz de expresar insolentes rechazos al poder dominante, como de reproducir en instancias microfisicas y del modo brutal, esa misma dominación de la que es víctima.

Entonces la observación sobre la vulgaridad de lo que Gabis llama “sensualismo” es tachada de moralina conservadora. Como quienes se escandalizan cuando el presidente Correa cuestiona el absurdo de que no legitimar el aborto significa no ser de izquierda. Y el recurso para demostrarlo es confrontarlo con el lugar conflictivo que la música de Manal encarnó hace cuatro décadas, como si por carácter transitivo, la cumbia deparara para nosotros un futuro Manal del que enorgullecernos.

En rigor, toda la apología a la sexualidad vital y provocadora que el rock invocó como elemento contracultural desde los 60s hasta entrados los 80s, hace mucho diluyó su carácter impugnatorio de la falsa moral burguesa, constituyéndose en cambio en uno de los principales argumentos de venta para Coca Cola, Levis o Burguer King. Igual que el propio rock. Quizá a Gabis, que como bien señala Cuervo, efectivamente enfrentó al establshtment cultural de su época, no se le escapa que “el sensualismo berreta” es el establishment cultural de hoy.

Esto no quita que en Gabis no pueda deslizarse la pretensión letrada que introduce Spinetta cuando le dice a Pipo Lernoud, allá en la génesis de todo, “¡Esto que estamos haciendo es arte!”. Y hablamos del arte con mayúsculas, que tiene su triste corolario cuando el Flaco, en ocasión de la tragedia de Cromagnon, acusa al público de Callejeros de ser “piqueteros del rock”.

Sin embargo ya no es la “pollera colorada” sino el “¡por atrás! ¡por atrás!” eñ motivo recurrente que se ha entronizado en la música de bailanta. Lo que para el rock (el “roquismo” es una categoría que nos puedes servir más) es accesorio, como parte de un repertorio más amplio de provocaciones, en la cumbia es constitutivo, y me permito dudar de que eso guarde relación con un estilo de vida en los sectores que la consumen. Antes bien, con ciertas representaciones que dictan e imponen sus artífices (productores y empresarios) que podrían resumirse en el escueto aforismo: “los negros cojen”.

Las reivindicaciones que desde los sectores medios piadosamente se hacen sobre la música industrial que consumen los sectores populares siempre la recuperan como objeto sociológico antes que como discurso representacional. Vale decir, no se recuperan las virtudes de la organización formal del discurso artístico. Esto nos pone en crisis. Habría que admitir agriamente que los consumos de masas son comúnmente pobres, no virtuosos, clichés... No se les exige lo mismo que al rock (cierto rock) o al folcklore. Se alude sí, a su origen (como justificación fundante) y aquello que tematiza, buscando elementos de corte social susceptibles de ser recolocados en torno a relaciones de poder, para decir: esta es música popular, es música genuina, es música resistente, etc, etc. La tentación populista radica en la clausura “esto es lo de los de abajo”. Y ese jauretcheanismo mal leído nos deja con la guardia baja para impulsar otro tipo de exigencias estéticas, y con ellas, otros modos de concebir el mundo respecto del entramado de las relaciones de poder en las que los sectores populares se encuentran inmersos.



Incursiones rockeras felices en la cumbia hay pocas. Recuerdo “En la rivera” de Bersuit (justamente en dúeto con La Mona) y mi conmoción al escuchar el lapidario “En la ribera/ en la ribera te culean/ El parapléjico te mueve/ el abuelo te chorea/ Y se culea/ Rebelión indigente/ Regala vida el agujero” y creo que la impostación plebeya en esa canción es un acierto. Hay allí una aproximación a cierto universo de sentido más profunda que el mero “menéa-menéa” a los que el género nos tiene acostumbrados. Hay sinsabores, victorias pírricas, crueldad y vitalismo de sobrevivientes. Pero es un gesto roquero...

La cumbia, sin embargo, ha mutado mucho en nuestro país en los últimos años. Atrás quedaron los Wawanco, los del Bohio y tantos otros que alegraron las noches de los “grasitas” en El Palacio de las Flores, adonde provincianos y migrantes limítrofes iban a reventar sus morlacos en los 60s y 70s. Atrás fueron quedando los Ricky Maravilla, Alcides o Pocho La Pantera y toda la camada picaresca que hizo su irrupción sobre el final del alfonsinismo. Magenta hizo la primer evolución hacia las bandas de teen-pop armadas por casting y. echando mano de melenudos venidos del metal a llevarse unos mangos con los gritos histéricos de las adolescentes, reconfiguraron la estética de la movida tropical. Suprimiendo las corporalidades disidentes. Borrado toda etnicidad que pudiera emerger como marca de clase.

Atrás quedaron incluso las bandas de cumbia villera y la insolente mueca de exclusión que reponía una “negritud genuina”, mientras la vinculaba a la celebración del delito y la violencia de género como caricaturesca reproducción de la violencia social de aquellos años. Los “villeros romanticos” como El Polaco o Nestor en Bloque, fueron el acto reflejo de la industria cuando las propias chicas de la bailanta empezaron a rechazar el “mal gusto” (para ponerlo en palabras de Gabis) de temas como “Haceme un pete”. Matiolis para unos, Flores de Piedras para otros...

En el último lustro, la violenta irrupción de reggaeton descolocó a unos cuantos, con intentonas de desarrollar el género en el ámbito local sin demasiada fortuna. Pero con los Wachiturros llega una nueva postal de época. En la Argentina de la exclusión no hay que ser chorro cuando hay capacidad de consumo para ropa pituca y motito. Visto en retrospectiva y asumiendo que estas representaciones algo dicen sobre lo que fue y es la Argentina, sin dudas que el kirchnerismo se hace sentir. En 10 años pasamos de querer ser chorros a estar pitucos. De la marginalidad delictiva a la inclusión/igualación (recuérdese el episodio L'acoste) por vía del consumo. Cuestiones para problematizar que exceden este post y la música bien gracias.

La prueba está en que no fueron los Wachiturros los que musicalizarón La otra, sino la mucho más amena propuesta de DJ Negro Dub y Che Cumbé. Mi amigo Santiago Alvarez me dijo, cuando le hice escuchar The Roots of Chicha (parafraseando el dicho “los americanos tocan rock y los ingleses un pensamiento sobre el rock”): “¡que loca la clase media! no hacen cumbia, sino un pensamiento sobre la cumbia...”. Y es que los amigos de DJ Negro Dub y Che Cumbé, con su inmenso talento, difícilmente puedan pasar por Mágico Boliviano de Constitución sin que un botellazo vuele a la cabina al minuto 3. Tal es la distancia que hay entre las afirmaciones de Gabis y los objetos indóciles que nos proponemos defender, pero que finalmente son lo que son y no lo que nos gustaría.

Conviven en el grueso de lo que podríamos denominar “música de bailanta”: composiciones básicas, instrumentaciones pobres, y letras trilladas (que rechazo hasta la alergia) con rituales de celebración de la corporalidad y el erotismo, liberaciones provisorias, aunque no por ello menos trascendentes o necesarias, y afirmación plebeya y carnavalesca de la pertenencia y la identidad colectiva (que reivindico y aliento).

Por eso. en vísperas de elecciones en la facultad, mi organización (la UES/MUNAP) pone cumbia wachiturra a todo lo que da. Es que mientras los troskos, la Cámpora o Marea Popular, con algo de desconcierto, le suben el volumen a Manu Chao o Calle 13, nosotros sabemos que con los Wachiturros solo acrecentamos nuestro estigma de primera generación de universitarios, de morochos colados en la universidad pública. Nos hacemos cargo de eso. Y eso rockea!

Pero en mi casa y para con mis sobrinos, porque aspiro a que lo popular puede ser otra cosa que una cagada de cuatro tiempos que echa mano de baterías electrónicas solo a los efectos de regatear sueldos de músicos, mientras limita su lírica a hacer rimar diminutivos alusivos las zonas erógenas, es que me puedo permitir la honestidad de gritar con el compañero Cristian Aldana: iiiLa cumbia es una mierda!!!


ACLARACIÓN: Los videos que ilustran este post fueron intercalados por el editor del blog

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