¡Troyanos, no creáis en el caballo!
¡Sea de él lo que fuere, temo a los griegos hasta en sus dones!"[1]
por Lidia Ferrari
Temamos los dones del neoliberalismo. Después de habernos vendido el confort de lavarropas, automóviles, refrigeradores, de los cuales no podríamos prescindir, nos ofrece diseños atractivos en cosas que no sirven para nada y artefactos suntuosos que dan prestigio a sus poseedores. Pero no son dones, debemos pagar por ellos. Así como esos dispositivos que llevamos a nuestros espacios más íntimos, que deslizamos en nuestras ropas y acariciamos más que a un bebé o a nuestra mascota. Pero hay dones añadidos a estos dispositivos. No son tangibles. El neoliberalismo nos regala narraciones. Nos cuenta los cuentos que deseábamos escuchar. Aquellos más insólitos, los más anhelados. A un pobre ciudadano que desea adornarse con oropeles monárquicos le regala la fantasía de haber alcanzado el trono cuando se compró su primer O KM. A todos, absolutamente todos, nos han regalado Google y nuestros correos electrónicos gratuitos. ¡Éramos tan felices los que nos suscribimos primeros a Gmail! Nos sentíamos los más avanzados del reino. Por fortuna nuestro celular ya viene con esas aplicaciones que antes teníamos que descargar, porque decidíamos si tenerlas o no. Por fortuna ahora ya nos las regalan y, si bien nunca las pedimos, no podemos dejar de usarlas. Hasta los televisores y su control remoto ya vienen con Netflix incorporado. Los dones son allí puestos para cada uno de nosotros, sin tener que hacer nada para obtenerlos.
Estos contemporáneos “caballos de Troya” se introdujeron amablemente en nosotros como ofrendas de un Dios generoso y desinteresado. Visión paranoica de la realidad, se dirá. Es lo de menos, como les sucedió a Laocoonte o a Casandra, los gritos encendidos a los troyanos ya no se escuchan porque es tarde. El caballo ya lo hicimos propio y los soldados griegos trabajan en nuestro interior. Lo que traen consigo estos caballos de Troya hi-tech no son armas de fuego y violencia guerrera, nos ofrecen las narraciones que queremos oír. Nos acercan una heroína de 15 años que lucha contra los grandes demonios patriarcales neoliberales por la defensa del ambiente. ¿Qué relato más acorde a nuestros deseos de emancipación que el de una niña adolescente luchando contra los trogloditas neoliberales? Organizan huelgas planetarias para la salvación del planeta y vamos contentos por la causa. A los defensores acérrimos de causas emancipadoras nos advierten de los infames fascistas que quieren adueñarse de nuestra voluntad. A los ávidos de orden, seguridad y statu quo del reino los azuzan contra los militantes de la emancipación. A los custodios de la propia avaricia los aguijonean con los inmigrantes y delincuentes. Dones por doquier para todos los gustos. Así, las puertas de Troya, que son las de nuestra casa, las de nuestra intimidad, se abrieron para dejar entrar dócilmente los relatos que mejor nos vengan. Si coincide con nuestra ideología es una causa venturosa y nos alivia el alma. ¿Cómo va a ser un caballo de Troya si coincide con nuestras ideas, con nuestros deseos?
Nada nuevo bajo el sol si ya Homero y Virgilio nos relataban astucias legendarias de ese tipo en las guerras antiguas. Por cierto, hay diferencias con nuestra época, marcada por uno de los maestros de las astucias narrativas para vender: Edward Bernays. Bernays, el sobrino de Freud por parte de padre y madre, fue nominado como “padre de las relaciones públicas”, para no decirle “padre de la propaganda”, porque le bajaba el precio. No es tan famoso, aunque debería serlo, ya que su influencia ha sido muy superior a la de su tío Sigmund para la gestación del mundo en que vivimos. Un ejemplo entre cientos de la astucia publicitaria de Edward Bernays ocurrió en marzo de 1929. La American Tobacco Company contrató a Bernays para aumentar sus ventas. Como era mal visto que las mujeres fumaran, Bernays diseñó una estrategia para recuperar ese potencial 50% de consumidores femeninos de tabaco. En 1929, en el tradicional y muy celebrado evento de Pascua en Manhattan, pergeñó un asalto por parte de un grupo de jovencitas que, en cierto momento, encenderían sus cigarrillos como reivindicación de la potencia femenina y acto de restitución de derechos. Hábilmente, Bernays había advertido a la prensa que iba a suceder una manifestación feminista en la tradicional procesión, por lo cual, cuando las jóvenes encendieron sus cigarrillos estaba allí toda la prensa para mostrarlo al mundo. Las jóvenes de clase alta que participaron lo hicieron como un gesto libertario del derecho de las mujeres a fumar y, por lo tanto, como reivindicación feminista. El evento fue llamado “Antorchas de libertad”. La prensa lo difundió ampliamente, las mujeres comenzaron a fumar y las ventas se multiplicaron. Innumerables campañas publicitarias fueron diseñadas por el habilísimo sobrino de Freud, algunas muy perniciosas, pero siempre en nombre de la Libertad. Si bien ya no existe Edward, que lucidísimo y audaz llegó a cumplir 103 años, ha dejado discípulos que continúan su tarea. A veces creemos estar transitando un sendero libertario cuando han sido ellos en trazarlo.
[1] Virgilio, Eneida. Buenos Aires, Hyspamerica, 1987. pag. 34.